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Se lo aconsejo solo a las personas queme aprecian, a los demás si los hay que les den morcilla, que uno ya no tiene tiempo ni lo busco en andar a escondidas o a meterme en callejones sin salida. Los callejones sin salida, algunos de ellos, no son más que habitáculos de navajeros y tramposos dispuestos a asaltarte con la sola intención de robarte tus sueños y las buenas voluntades.

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Mi consuelo es que, según me dijo un entendido en asuntos transcendentales, que tanto el cielo como el infierno se empiezan disfrutándolo o pagándolo aquí. Eso de quien la hace la pagará es más exacto que las matemáticas y que el retorno es como un bumerán que lanzas y regresa tarde o temprano, el bien vuelve traducido en más bienes y el mal con sus desgracias. Decía en el enunciado de mi artículo que procurara llevarla siempre encima. Me refería a unas simples pinzas con las que poder sujetar determinadas cosas de dudosa procedencia o por la nariz de quienes intentan arruinarte la vida.

En mis salidas de pesca invitado a bordo de barca de mis amistades y en fondos arenosos, siempre solían caer algunos de esos peces llamados «arañas» y repletos de púas venenosas y que era necesario tener una pinza a mano para sujetarlos para evitar males mayores. De aquí llegue a la conclusión de que unas buenas pinzas a mano pueden servirte para sujetar hasta a esos tiburones de dos patas que deambulan cerca de uno. Créanme, cómprense una antes de que sea tarde, se están agotando.