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Ha ganado Vox más protagonismo en los últimos dos meses que en los años transcurridos desde que irrumpiera en la política balear. En Menorca, curiosamente, lo ha hecho a partir de su ansiada entrada en las instituciones, donde nunca antes había logrado la más mínima representación.

Ha sido ganar un asiento en la mesa semioval del Consell como resultado de un pacto balear, que no menorquín, un escaño en el Parlament y otro en los ayuntamientos de Maó y Ciutadella, e iniciar una caída pronunciada que ha puesto en el disparadero, primero a su ya excoordinador en la Isla, y ahora a su única consellera.

Xisco Cardona y Maite de Medrano se repartieron esos cuatro cargos que ahora ejercen como llaneros solitarios por lo sucedido en el Parlament con Cardona y su marcha voluntaria del partido, y en el Consell, con De Medrano, destituida por el presidente, y de la que no se sabe realmente dónde está ni con quién juega. Desde ese aislamiento ambos van a continuar en sus sillas sin que se sepa qué papel van a desempeñar durante la legislatura, especialmente la exconsellera visto su efímero paso por el gobierno insular y su actitud difusa.

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La debilidad de Vox en Menorca le augura, al menos a día de hoy, un futuro a corto o medio plazo similar a otras formaciones efervescentes, explosivas en sus inicios y vacías en sus declives, que han acabado prácticamente en el olvido.

Con las bases enojadas y sin un guía que recomponga el partido, todos sus pronunciamientos tienen actualmente mala pinta. Más aún, si continúan transcurriendo días sin que ninguna voz autorizada en Menorca, si es que la hay, valore lo que le ha sucedido a la formación en este otoño negro.   

Visto lo visto, si esta iba a ser la aportación tangible de Vox a la Isla desde sus puestos de responsabilidad ejecutiva, no es extraño que muchos afines duden ya del acierto de su voto.