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Ahí llegó el rey Carlos III de Inglaterra sin disimulo, para luego recordarnos que La Tierra que estamos destruyendo no nos pertenece. Pero si los ciudadanos van en vehículo particular a comprar a la esquina, qué le impide a él llegar a la cumbre del cambio climático en jet privado. Debió pensar que el coche es al plebeyo lo que el avión a la realeza, un privilegio que las democracias han extendido a los políticos. Y así el primer ministro británico también fue en jet a Dubái. Total, era un viaje oficial, no como el uso del Falcón por parte de Sánchez para ir de concierto. No sé si los ingleses calcularon el impacto en su imagen ante 70.000 delegados de 197 países. O quizá es intrascendente a juzgar por las conclusiones, o inconclusiones, que va generando un encuentro celebrado en escenario clave de producción petrolera y que no logrará sacar al planeta de la UCI.

El medio ambiente es algo que preocupa en serio a cuatro activistas, a Greta Thunberg y a un par de ciudadanos comprometidos. El interés de políticos y empresas es una mera apariencia. Vamos a alentar la adquisición de coches híbridos para luego pasar a eléctricos, cuya producción tiene un coste medioambiental brutal, pero animamos con los puntos de recarga gratis para luego quitarlos, como en Mallorca en las próximas semanas, y que se sigan forrando las eléctricas, que contaminan produciendo energía y que vacían los embalses para que no baje el precio del kilovatio. Y a ello contribuyen todos los ayuntamientos con las lucecitas de Navidad.

Las bolsas de plástico en los supermercados no contaminan si se pagan y la mayoría destruyen las cajas de cartón en lugar de ofrecerlas para reutilizar en el traslado de la compra. Al cobro de bolsas se han sumado todas las marcas de ropa, que han convertido en negocio la moda del ecologismo sacando doble rentabilidad de su estrategia: imagen de sostenibilidad y publicidad gratuita en millones de soportes humanos por calles transitadas. Todo a cambio del pago del cliente.

Las tres erres eje del cuidado del medio ambiente son reducir, reutilizar y reciclar. En ese orden. Así que el freno del consumismo es el primer paso para combatir la contaminación. Y ahí sí podemos hacer. Es urgente dejar de comprar y comprar. Llegamos a las fiestas navideñas con la histeria de superarnos año a año en regalos, tanto en número como en precio, no sea que los niños, anegados de juguetes y tecnología, se sientan menos que el hijo del otro. Los hay entre los más malcriados que valoran el amor de sus padres según la cantidad o tamaño de los paquetes que encuentran bajo el árbol de Navidad.

Reutilizar es otra farsa, más allá de la economía circular que han montado los ciudadanos para deshacerse de cosas que no usan a cambio de algo de dinero. Algunas plataformas online les ayudan, pero en cualquier momento meterá mano el Fisco con su afán recaudatorio. Mientras, las administraciones públicas seguirán prohibiendo la reutilización de objetos de los puntos verdes, porque mejor destruirlos a que tengan segunda vida. Al final, todo es negocio y todo es marketing. Greenwashing o pura hipocresía.