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Durante mucho tiempo, acaso milenios, esa tontería de la voz propia era algo exclusivo de escritores y poetas (también se llamaba estilo propio, y generó bibliotecas enteras sobre ello), pero, milagros de la literatura, en la actualidad ya es la gran aspiración de todos. Hasta las narices estoy de voces propias; hasta los cojones incluso. Menuda plaga vocinglera. Hasta los más insignificantes grupos políticos, sobre todo de izquierdas, se escinden y se retuercen de ansiedad en busca de voz propia.

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Es un fenómeno global, muy español. Por si no teníamos suficiente con los literatos y cineastas (en estos la voz propia se llama mirada propia), tuiteros, políticos, jueces, sectores profesionales, grupos de género, empresas tecnológicas, colectivos territoriales y cantamañanas en general, se desgañitan y son capaces de todo por tener una voz propia, ya que al perecer, sin ella no funciona ningún relato. Las ideas propias no son importantes, pueden ser un lastre, pero la voz sí, porque es lo que asegura una personalidad propia y la consiguiente identidad propia. Que a la vez acarrea visibilidad, dado que si no se te oye, te vuelves invisible. Tener identidad propia es como tener una marca comercial registrada (esto también lo inventaron los escritores), pero claro, luego hay que encontrarle una voz. ¿Y qué es, en definitiva, eso de la voz propia? Bueno, nada especial. Cada cual tiene la suya, igual que tiene codos y rodillas propias, lo que ocurre es que muchos no lo saben, o no les gusta. Así que, mientras se buscan a sí mismos, buscan también esa voz que resuena en la lejanía. A fin de hacerla suya como sea.

Qué forma de complicarse la vida. Lo más rápido es el plagio y la copia, claro está, lo que a la larga provoca tantas voces propias como identidades imaginarias, todas pugnando por ser más propias todavía. Cierto que la mayoría se quedan en refunfuño, o murmullo propio (¡murmullo propio!), lo que lejos de disuadir a los voceros, les incita a seguir buscando esa voz mitológica. ¿Propia de qué?, habría que preguntarse. Del que tiene voz propia, naturalmente. Fatigan mucho, tantas voces propias. Ni siquiera cuando eran tonterías de escritores se podían aguantar.