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A María Inocencia, lectora amiga, generosa recopiladora de cuentos…

Según una tradición siriaca recogida por San Juan Damasceno, teólogo y doctor de la Iglesia del Este, quien en una disputa perdió una mano, y la Virgen se la restituyó, se conoce el nombre del capitán de las tropas de Herodes que trepó a la villa del Pesebre con su daga desenvainada a degollar los Inocentes. Si la memoria no me traiciona, de los cuatro evangelios canónicos, el único que lo refiere es el de San Mateo, quien asimismo relata la huida de la Sagrada Familia hacia Egipto escapando de las aviesas intenciones del rey de Judea.

De nombre Neftaliel, ese capitán era al parecer un hombre alto y fuerte, y sin embargo apesadumbrado. Estaba casado y tenía un hijo recién nacido, y mientras dicho cabecilla degollador decapitaba silencioso e implacable en Belén, a la nodriza de su hijo recién nacido se le cayó de las manos un gran cuchillo de cocina con tal acierto, desacierto acaso, y con tal desgracia, como resultó evidente, que se le clavó en el pecho del neonato, que falleció en su casa de Jerusalén al mismo tiempo que agonizaban los Inocentes en Belén.

Cuenta la leyenda que Neftaliel, desconsolado, como Judas después, se ahorcó de una higuera y le encontraron en el bolsillo un talego con monedas de plata, no se reveló si como augurio fueron treinta, que le había proporcionado Herodes por ayudar a la matanza.

― ¡Misterios insondables!