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Todos los amores son imposibles. Y ahí está la gracia. No estamos hechos para disfrutar amores, pero llevamos milenios intentándolo, y en consecuencia, padeciendo mal de amores. De ahí que las historias de amores imposibles sean el género literario más antiguo y exitoso, más que el de grandes batallas y asombrosas mortandades, con naves hundiéndose en el mar y millares de ahogados. ¿Y por qué somos tan aficionados, de toda la vida, a los amores imposibles? Porque estas historias suelen ofrecer razones convincentes y obstáculos insuperables para dicha imposibilidad (oposición de fuerzas irresistibles o costumbres sociales, destino funesto, guerras de por medio, que alguno de los desdichados amantes esté muerto), es decir, que son realmente imposibles. No puede ser, no hay forma, a diferencia de las imposibilidades corrientes, que suceden porque sí, sin razón aparente, y convierten a tales amantes frustrados en auténticos gilipollas incompetentes, que o no saben lo que quieren, o se aburren. O no era para tanto.

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Que no servimos para eso de los amores, en fin. No sé para qué servimos, ahora que caigo. Y naturalmente, la evolución de las especies tampoco ayuda, ya que los capullos zascandiles que solo se aman a sí mismos con locura se reproducen mucho más, ignoro por qué, multiplicando la población de incapaces y el generalizado mal de amores de marras. Normal que casi todas las religiones aseguren que Dios es amor, lo que en tanto que atributo divino, lo pone fuera del alcance de nuestras posibilidades. Y lógico también el desprestigio actual del amor romántico, detestado por los diversos géneros en actividad y que ya no se creen ni los adolescentes. Pero como todavía no se ha encontrado algo mejor para sustituirlo, ni se encontrará, sí se creen los amores imposibles ficticios, en películas, series, relatos y canciones, que son los únicos verdaderos por los escollos insalvables que deben superar, y claro está no superan, los enamorados imposibles. Que somos todos, como iba diciendo, con poderosas razones o sin ellas. ¿Y esto acabará con las hermosas historias legendarias de amores imposibles? Para nada, al contrario. Les auguro siglos de gran éxito literario.