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El final... del verano... llegó... y tu partiraaas...» cantaba pausada y entrecortadamente el Dúo Dinámico en su época. Sí, las cosas se acaban. Quieras o no, pero se acaban. El verano, y también tu profesión. En mi caso, me acabo de jubilar, casi por obligación social, después de 56 años de trabajar (desde los 18) en bisutería, cuando compartía estudios y trabajo. Como decimos en menorquín: que me toquin es pols. Habré trabajado diez años más de lo normativizado. Durante esta larga trayectoria he vivido toda la escala de sensaciones y situaciones alegres y agrias posibles pero en el fondo he tenido suerte, mucha suerte, porque siempre he trabajado en lo que me gustaba. Fabricar bisutería industrial, aunque con un toque artesano, esencial para separarte del montón, ha sido no solo una profesión sino una forma de crear ilusión para muchas personas. Y una forma de crear arte. Un bisutero debe ser un buen artista. Así lo creo. Ver una pieza cuyo prototipo original has creado tú con tus propias manos (a la antigua) en cualquier tienda del mundo, te recompensa del arduo trabajo creativo que requiere.

Durante toda mi labor profesional he tratado con multitud de clientes de países cercanos y lejanos. Recuerdo cuando, con mi padre, exportábamos a sitios realmente exóticos como las Islas Fidji, Japón, Australia, Ceylán, Isla Mujeres, Johannesburgo, Kuwait, los Emiratos, USA... Recuerdo especialmente a los clientes de Nigeria (Lagos, Onitsha y su puerto Port Harcourt). Su moneda, las nairas y los kobos, era bien conocida en la Menorca de los años sesenta y setenta aunque llegase aquí ya transformada en dólares americanos. También se abrieron mercados en Camerún y en Benin. Y en Togo. Recuerdo docenas de anécdotas. Un comprador norteamericano (Mr. Bard, húngaro de nacimiento) cuando se quedó sin familia, decidió vivir de forma permanente en un crucero navegando constantemente por Sudamérica. La tripulación fue su nueva familia. Un cliente de San Agustín (C.F. Hamblen Inc.) viajó a nuestra Menorca específicamente para comprar productos de la tierra de la que salieron los fundadores de su ciudad. Uno de Rimini ( Arturo R. de San Marino) se presentaba    cada año con una nueva amante... Los clientes africanos eran un espectáculo de costumbres distintas a las nuestras. Al final de las comidas tenían que airear un estruendoso eructo como muestra de agradecimiento por la comida ingerida y como muestra de estar saciados. Alguno confundía el pollo con el pescado y otros tragaban vino de forma desaforada como si fuera la última cosa que harían en ese mundo. Toni Borrás (el maître y ‘el bajo’ del Rocamar) fue ocasional testigo de ello.

Hubo un tiempo en el que el Toledín (ese tipo de bisutería que fue característica de Menorca, oxidada y pintada con purpurina de plata) invadió el mercado nacional e internacional. Basada en el damasquinado de Toledo fue inventada por varios fabricantes de la isla, entre los cuales estaban mis dos abuelos, el paterno, Juan Gomila Borrás (de INBIME), y el materno, Pepe Félix ‘en Mollets’ (de FELIXOR). Los dos fueron auténticos artistas (y mis héroes particulares). Uno, el materno, fue un guitarrista clásico excepcional, con una sensibilidad a flor de piel, que dio conciertos en la isla y en la ciudad donde había ‘teatros y buenos paseos’ con el conocido Graciano Tarragó y su hija Renata. El paterno fue una personalidad: apreciable pintor y primer presidente del Fomento de Turismo de Menorca, en época republicana. También fue presidente del Ateneo de Mahón y quien organizaba los vuelos de los hidros del Socorro Rojo que salían de Marsella y amerizaban en Fornells transportando las medicinas que tanto escaseaban y que tantas vidas menorquinas salvaron durante la guerra civil.

Hoy los recuerdos me superan. Desde las temporadas exitosas hasta las crisis vividas, desde las entrañables amistades fomentadas en los viajes de SEBIME hasta la desaparición de las ferias en Menorca (cosa a la que me opuse públicamente porque ya intuía que sería el principio del fin de una industria que había creado mucha burguesía en la isla y que, a pesar del mercado, con las ayudas políticas adecuadas, podría haberse mantenido).   

Me enorgullece haber vivido una época (que yo sepa nunca específicamente estudiada más allá de los escritos publicados por la gran Margarita Caules y unas pocas publicaciones más) en la que la bisutería cubría gran parte del PIB menorquín justo antes del boom turístico que todo lo engulló. Las últimas décadas, ya fabricando piezas de moda, han sido años de resistencia y especificidades. Hoy subsisten en la isla varias empresas plenamente viables pero el problema es el escaso recambio generacional. Es una pena que la Administración no incentive la creatividad artística y no expanda la buena nueva de que no es obligatorio dedicarse forzosamente a labores turísticas. Sería positivo anunciar también que hay vida más allá del paraíso funcionarial.

Por lo demás, hoy casi me siento como Clint Eastwood al recoger el Oscar por «Sin Perdón»: «el problema de tener tantos años es que aunque conozco a muchísima gente no siempre recuerdo sus nombres». A partir de ahora mi GPS vital vomitará eso de «recalculando, recalculando». Veremos qué dirección toma la recta final de la vida.

Notas:

1- Intuyo que el artículo «Solstici d’Hivern» (D. MENORCA, 21 dic. 23) de Sili Pons Sabater debe referirse a «Temps de Nadal». De cualquier forma, magnífico.

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