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Que los árboles impiden ver el bosque resulta especialmente cierto en el caso de aquellos animales, los llamados silvícolas, que desarrollan en él toda su existencia. El mundo, según su experiencia, no se compone más que de árboles y más árboles. Cada uno de ellos representa un nuevo tropiezo, un nuevo reto o una nueva oportunidad. El conjunto de todos ellos, para aquellos que nunca se han asomado al exterior, resulta así un cosmos, una realidad; la única que conocen y perciben. Los problemas del bosque son, por tanto, los únicos problemas y su resolución, la única tarea política posible.

Esta lección evidente, esta verdad de Perogrullo, ha tratado de ser comunicada a nuestros socios europeos por nuestros dos últimos gobiernos, durante nuestro mandato, con un exceso tal de convicción y vehemencia que no ha podido tener consecuencias más desafortunadas. Hemos acudido a Europa para que bendiga los extraños acuerdos entre el gobierno y sus reluctantes socios, para que incremente la complejidad de su Babel lingüística con nuestros idiomas propios, para que se complique aún más nuestra participación diplomática en los dos grandes conflictos de la actualidad, para vetar la participación en la resolución del problema del Mar Rojo o para que se posicione claramente en que primero es el huevo de la renovación del Poder Judicial  y después la gallina de la reforma de su sistema de elección.

Todo ello en nombre de la causa sacrosanta: que no haya un lugar al sol para el pensamiento de la derecha ni para el de la ultraderecha. Que todo europeo debe comulgar con las bondades de la ideología o ideologías, de un gobierno consensuado por una sarta de irredentos, cada uno con su propia reivindicación, que se reunirán continuamente en torno a todo tipo de mesas y cuya única causa común resulta la evitación de otro modelo posible. Hemos ido a decirles a húngaros, italianos, suecos, holandeses o polacos que aprendan de nosotros, que todo vale cuando se tiene una causa, o un montón de causas incompatibles entre sí, y una voluntad infinita de mantenerse en el gobierno.

Hemos elaborado y presentado este discurso alocado a una Europa que nos solicita abordar con carácter prioritario el sistema de renovación del poder judicial y afrontarlo de una vez; que nos tiene que exigir garantías para preservar la independencia entre los distintos poderes; que se preocupa por la lentitud de nuestra ejecución de los fondos asignados; que percibe con desaliento nuestra capacidad de repercutir estos fondos en la economía real dudando de nuestra capacidad de aplicarlos; que manifiesta todo tipo de reservas sobre la «implementación de medidas adecuadas y socialmente aceptables» para asegurar la sostenibilidad de nuestro actual sistema de pensiones; o que ha desestimado nuestra petición de levantar sanciones a cincuenta y cuatro jerarcas de Maduro.

Imponer la credibilidad de España, de la que nosotros mismos dudábamos cuando fuimos aceptados en la Unión, no ha sido fácil. Pero parece que ahora, ante la fortaleza de nuestro argumentario y el encanto indudable de nuestros líderes, no puede hacer más que mejorar. ¡Que así sea!