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Estamos acostumbrados a movernos en un espeso y viscoso mar de símbolos, entre los que hay que abrirse paso a empellones (empellones respetuosos), y eso sin contar los numerosos símbolos de todo tipo que acarreamos en el bolsillo, dentro del móvil, y los que ejercen funciones de guardias de tráfico en nuestros cerebros. Las religiones, el comercio y la política, así como la cultura en general, extraen su poder del vasto contingente de símbolos que les acompañan, y aunque muchos ni siquiera sabemos qué simbolizan, como se presentan en oleadas y son muy agresivos, más vale precaverse de todos. ¿Y se puede surfear ese oleaje? Desde luego, pero sólo si contamos con una tabla también simbólica, lo que no es nada fácil. Lo que quiero decir es que vivimos rodeados y acosados por los símbolos, casi todo simboliza algo, pero esto no siempre fue así. Nuestros antepasados humanoides tardaron millares de años en acceder al pensamiento abstracto, requisito indispensable para empezar a simbolizar. Quizá el primer símbolo fue una bandera, o una quijada de asno, o una capa de piel de oso; es igual, porque descubiertas las abstracciones, inventar símbolos a granel ya fue coser y cantar. Precisamente, nos distinguimos de los animales (y los robots) en nuestro afán de simbolizar. Aldous Huxley, un tipo muy simbólico, aseguraba que «escribir en términos abstractos es sumamente fácil», cosa que ya sabíamos por los simbolismos cavernosos de Platón.

Boris Pasternak, el Nobel ruso de Literatura, decía que «la función de los símbolos es la misma que la de una estufa, producir calor». Puede ser, pero Marilyn Monroe, mejor informada al ser ella misma un símbolo sexual, aseguraba que «los símbolos son cosas que chocan entre sí». James Joyce necesitó dos mamotretos ilegibles para ponerse simbólico, y no vean la de páginas inútiles que le sacó Proust a una magdalena muy simbólica. Los poetas simbolistas franceses veían símbolos hasta en la sopa de cebolla, y de ahí el dogma de que no importa qué sea la cosa, lo importante es lo que simboliza. Qué invento, por favor. ¡Símbolos! ¡Simbolizar! Como dijo otro sagaz escritor que ahora no recuerdo, si vamos a ponernos simbólicos yo me largo.