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Ring... ring... - Hola, molt bon dia de fred de gener.

- Hola, compadre, no saber qué dice usted. Llevo diez años en Estados Unidos y ya hablar indio en español. Yo sentirlo mucho. Solo llamar para felicitar el año nuevo.

- ¿Hola, no me diga que usted es el mismísimo Johnny Pacheco? ¡Que contento que estoy! No había hablado con usted desde este verano, cuando pretendí entrevistar a Joe Biden y usted, que andaba por ahí, me contó con pelos y señales los entresijos de la operación Palestina, los cuales, por cierto, fueron exactos.

- Sí, sí, el mismo. Ya puede suponer que desde aquella llamada me pusieron de patitas en la calle.

- Ya sabe que puede confiar que nuestro editor le busca un sitio en la redacción, tiene usted alma de periodista.

- No, muy lejos Menorca, muy lejos, muchos ingleses en Menorca.

- Y cuente, ¿cómo le ha tratado la vida?

- Bien, muy bien, en otoño hice de extra en veinte películas de Navidad para la televisión. Ya sabe: tienda de regalos en quiebra, hija de los tenderos muy guapa y buena, con mucho espíritu navideño, llegar hijo sin escrúpulos del comprador sin escrúpulos que querer tienda para poner un casino de juego y urbanizar parte de la bella ciudad nevada. Chico y chica se conocen en festival de Navidad comiendo galletitas de jengibre. Flechazo. Ruptura cuando ella averigua quien es él. Abuelita de pelo empolvado haciendo de cupido. El sin-escrúpulos descubre la magia de la Navidad en la bola de un abeto que le recuerda su niñez y, a escondidas de su padre sin escrúpulos, compra tienda regalos para seguir siendo tienda regalos. Resurge el amor entre canciones de Michael Buble, se casan y se arruinan con la tienda ya que todo el mundo compra por Amazon.

- Un argumento muy original e interesante y una velada crítica a Amazon.

- No creo, amigo Portella, porque las pelis eran para Amazon Prime.

- Vaya, que me aspen si lo entiendo. Y tú, Johnny, ¿qué papel hacías? Yo entraba a comprar una muñeca en la tienda. Siempre el mismo papel. Pero esta película me descubrió mi futuro profesional.

- Vaya, no hay bien que por bien no venga. Así que te has abierto a nuevos horizontes…

- Sí, me he hecho paquetero de Amazon. Pensé que si en la película todo el mundo compraba por Amazon seguro que aquí tendrían trabajo para un puertorriqueño con papeles como yo. Y, efectivamente, aquí me tienen en el departamento de paquetería. Vivo en unos camastros para hispanos en un perdido campo de Wisconsin donde la empresa tiene unas naves enormes, parece el palacio de Papa Noel, pero pagando. Por cierto, hace unas semanas enviamos un paquete a su pueblo, a Alaior Menorca. Nos costó, porque en las indicaciones ponía Lô y tuvo que intervenir el director de logística y un especialista en lenguas raras para descifrar el enigma. Nada, pedían unas tazas para infusiones con las caras de los reyes.

- Muy típico de aquí, en Lô, o sea Alaior, no tenemos a Santa Claus, sino a los reyes magos, Melchor, Gaspar y Baltasar.

- No, no eran esos, eran los reyes de España: Felipe, Letizia, y sus hijas, Leonor, vestida de militar, y Sofía. Se fabrican, las tazas, en fondo blanco o fondo crema. La fábrica está en los arrabales de Bombay, desde donde mandan los productos a la central de South Lake Union de Seattle. De la central, envían los pedidos para Europa del Sur a las naves de Luxemburgo, por aquello de los impuestos, desde donde viajan a Madrid y desde allí, en este caso, a Mahón, donde un sacrificado conductor de furgoneta hace mil horas de carretera para que lleguen todos a su debido tiempo y en las mejores condiciones al consumidor final.

- ¿Así que cuántos kilómetros hicieron las tazas de los reyes antes de llegar a casa?

- Lo sé porque lo calculé: son unos 23.000 kilómetros.

- Esto es mucha huella de carbono

- No, porque los aviones usan un cóctel de hidrocarburos, no usan carbón, no. Pero no sabe lo mejor. Cuando el cliente abrió el paquete resulta que faltaba la taza de la reina Letizia. Se ve que un tal Juan Carlos había comprado todas las tazas de la reina desde Qatar. El cliente reclamó, claro. Un tal José. Reclamó lo suficiente para que en Bombay hicieran una taza de la reina y otra vez el mismo trayecto: Bombay a Seattle, Seattle a Wisconsin, Wisconsin a Luxemburgo, Luxemburgo a Madrid, Madrid a Mahón, Mahón a Lô. 46.000 kilómetros ya. Ay, la cosa no acaba aquí. Resulta que los indios de la India produjeron la taza en crema y el cliente había comprado el juego en blanco. Ya puede suponer que no le gustó nada el detalle, el contraste. Ya tenemos a la reina Letizia en camino de vuelta y ya tenemos al pobre Ranjid Singh repitiendo la taza en fondo blanco. Con esta nueva ida y vuelta sumamos 92.000 kilómetros, o sea, dos vueltas y media a la Tierra. Al final, no es raro que la taza llegase el 10 de enero y que, en su lugar, la pobre señora monárquica recibiese un vale con el que su marido quedó como un rey: «en esta casa, la única reina eres tú». ¡Qué bonito! Se me saltan las lágrimas. Sería una buena idea para una película de Navidad, pero en USA no se hacen películas de reyes magos, es una pena que marginen así al público hispano. ¡Qué le vamos a hacer! Lo que yo no entiendo es que Bezos se pueda forrar con negocios así. ¿Qué debió costar aquella taza de 2 euros? A no ser que el cóctel de hidrocarburos también sea suyo. Vaya manera de matar al pequeño comercio.

- Para, Pacheco. No sigas por este camino de ceñudas reflexiones que si se entera el jefe ya sabes: a la calle. Allá no tenéis a Yolanda Díaz de ministra de Trabajo.