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Este pasado fin de año muchos menorquines se han ido a celebrar la Nochevieja fuera de la Isla. Han sido los que no han ensuciado las plazas de Mahón. Los destinos de algunos amigos que conocemos han sido Madrid, Palma, París, Londres, Roma, Nápoles, Sicilia, Nueva York... Otros incluso se han escondido en un discreto hotel ’boutique’ en Menorca, uno de los pocos que quedan disponibles en invierno. Una auténtica diáspora de isleños en busca y captura de diversión, disparidad de paisajes y nuevas sensaciones. Y todos ‘En busca del arca perdida’.

Si noviembre representa el inicio del cupo del aburrimiento otoñal y oficial en Menorca (con la excepción de la búsqueda sin piedad del esclata-sang de turno o de la caza furtiva de algún tord amb filats, también prohibido por los inquisidores habituales), cuando se supera el período de Per Nadal una passa de pardal i per Sant Antoni una passa de dimoni ya desembocas en la época del aislamiento crítico, ese Nirvana personal de algunos que lo preconizan para todo el año. Desde mediados de enero hasta la Semana Santa, es cuando se produce la época de glaciación de la Isla, cuando buena parte de su actividad económica se congela y casi agoniza. Es cuando muchos se toman a guasa los siempre irrisorios intentos por desestacionalizar la economía que siempre se propone només per quedar bé, como parte ya integrante de la corrección política de la Isla. Porque aquí lo único «desestacionable» es el turismo, el resto, ya se sabe, no vale la pena. Y es entonces cuando resopla (como Moby Dick) la verdad innegable: bufa mestral més fort, infla de vent sa vela... y aparece su Majestad sa tramuntana que intenta secar la humedad invernal que cala hasta los huesos. Reconózcase: la Isla solo está preparada para el verano, como las bicicletas. No hay infraestructura invernal. Falta crearla.

Es la época del año en que prácticamente todos los restaurantes y zonas de diversión están cerrados. Todo está hibernando (como Walt Disney) en espera de la navidad de la primavera. Es el sueño húmedo de los aislacionistas, un auténtico ‘El Dorado’ para esos que aún creen en la Menorca ancestral, pequeña, reducida y tan aislada como lo están sus ideas, esas que no saben de globalización ni se enteran de que los intereses económicos y los latifundios son más fuertes que nunca en la Isla. Ahora la mayor parte de la tierra ya no está en manos de nobles y similares, sino que ha pasado a manos farmacéuticas y demás votantes de Macron y Le Pen, Marine, por más señas. Así la Isla se ha convertido en una sucursal de una clínica de operaciones donde los llocs se transforman con prótesis de lujo o mutan en una sofisticada delegación del Café de Flore parisino. Mientras, aquí, los británicos vuelven a cantar su canción: «It’s a long way to Tipperrary», todos deseando regresar a casa.

En Menorca la explotación de la tierra está a la orden del día. Aún así una parte menguante de las tanques siguen disponibles porque los abatzers milagrosamente todavía no les han ganado la partida. Son esas que no han sido intervenidas al modo soviético por ninguna normativa abusiva que tanto daño ha hecho al campo menorquín al ser redactadas por utópicos que no tienen ni idea de lo que es la práctica del campo ni su tradición isleña.     

Pero aquí lo que de verdad da ‘pelas’ es la explotación de la fama de la Isla. Para asentarla mejor han tenido que reunir a manteles a todas las etiquetas disponibles y posibles: Reserva de esto y conserva de lo otro, incluso recurrir al reino de la piedra, a lo talayótico, y todo para que algunos, pocos, saquen provecho y succionen la isla ante la mirada asombrada de muchos demás que no entienden todo ese trajín declaratorio solo con fines fenicios.

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La isla cada vez es más privada y más palaciega. Y ya se sabe, los palacios necesitan lacayos, sirvientes y doncellas para goce de las élites que pueden pagar el lujo que piden y con el que se les tienta. Mientras aquí faltan casas para el pueblo llano y mientras la educación de nuestros chicos se ubica en los últimos lugares de Europa, algunos se entretienen con el peñazo de la nostra llengua, la apoteosis de su identidad y de todas las mandangas apocalípticas habidas y siempre subvencionadas a perpetuidad (y sin que el PP haga nada para liberarles, pobres, del yugo del dinero público). Menorca es una isla donde las clases sociales se van distanciando entre ellas, al contrario de lo que ocurría antes. ¿Por qué será?

Notas:

1- En el Parlamento europeo solo se usan lenguas nacionales, no regionales. Ya vale.

2- Menos mal que este año un conseller de Cultura razonable, normal y menorquín ha rectificado el error ideológico interesado que han colado algunos años los separatistas de Més. Mañana miércoles 17 de enero es Sant Antoni, Patró de Menorca (y no de otro sitio). Y de toda la vida. Y nada más.

3- Diferencias: Cuando Felipe González y Aznar negociaban y cedían ante Pujol no sabían (aún) que era un delincuente. Pero ahora Pedro Sánchez sí sabe que quien le chantajea es un golpista y un fugado de la justicia.

4- ¿Por qué Puigdemont exigió Inmigración a Sánchez para votarle? Pues porque Pujol escribió que el andaluz «es un hombre a medio hacer». Pues porque su mujer, la devota florera andorrana, afirmó en su día que «sus hijos no podían jugar en el parque porque estaba lleno de castellanos». Y porque Heribert Barrera, expresidente de ERC, dijo, entre otras sandeces, que «la inmigración es la principal amenaza de Cataluña. Conseguimos superar las oleadas de andaluces pero ahora el catalán está en peligro. A mí me gustaría una Cataluña como la de la República, sin inmigrantes. Nadie me convencerá de que es mejor una Rambla con gente mestiza que una en la que solo paseen blancos». ¿Será por eso que quieren las competencias sobre inmigración? ¿Para mangonear razas y procedencias? Aunque Sánchez se lo quiera permitir, Europa se lo impedirá. Lo veremos.