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Cuando era pequeña iba a un colegio de monjas y se tenía siempre muy presente la palabra generosidad. Hacíamos muchas acciones solidarias, incluso teníamos un coro para crear la «canción misionera». La letra y la música la hacíamos nosotras y tenía que transmitir un mensaje solidario y de esperanza.

Recuerdo a la Madre Isabel contarnos historias de sus viajes misioneros.

Soñaba con hacer uno, para poder dar una mano y ofrecer mi ayuda en algún lugar del mundo.

Trataban de mostrarnos otras realidades, las que teníamos cerca y las que estaban más lejos

Todo ello llevó a que algo se despertara en mí. Quería conocer personas y aprender cómo poder ayudar y acompañar a las personas.

Unos años después, en el instituto, realicé mi primer voluntariado oficial en una ONG.

Consistía en acompañar a niñas y niños que venían a España desde otros países para tratar su enfermedad u operarse. Les    acompañábamos durante su estancia hospitalaria.

Cogí el turno de noche, el menos solicitado. Muchos turnos coincidían entre semana, con lo cual salía del hospital y me iba a clase.

Recuerdo a todos las niñas y niños que conocí. Alguna muy especial como Tatiana, una niña procedente de Madagascar, que estuvo en mi casa esperando su recuperación. Tatiana tenía 4 años y una luz especial. Me cogía de la mano como si me conociera desde siempre. Me miraba y me sonreía, hablábamos otro idioma pero nos entendíamos.

Pasaba horas secándole las trenzas del pelo a mano porque le asustaba el secador, seguramente nunca había visto ninguno. Guardo buenos recuerdos y fotos de Tatiana.

Me preguntaba una y otra vez por sus familias. Por las de todos. ¿Cómo debían sentirse lejos de sus hijos? Los entregaron a una ONG sin saber si volverían a verlos.

Pensaba lo duro que tenía que ser para ambos no poder pasar juntos ese proceso. Esas preguntas me hacía darles aún más cariño. Se crearon vínculos y sentimientos que todavía siguen en mí aunque no pueda verles.

No sé si ese colegio o los tutores que tuve fueron determinantes en mi camino hacia el servicio a los demás, pero sí tuvieron mucho que ver en ello.

Las familias y las escuelas debemos educar en valores. Debemos mostrar otras realidades y enseñar a los más pequeños que la generosidad y la ayuda a los demás es importante para los demás, para nosotros y para que el mundo sea un lugar mejor.

Me siento agradecida de haber crecido conectando con la generosidad. Y de poder enseñarlo a mis hijos.

Tengo claro que serán capaces de mirar al lado y de extender su mano.