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Comentaba la abogada Margarita Quintana, defensora del joven británico a quien ahora ya llaman «el bombitas», que los hechos siempre van por delante de la legislación, es decir, que suceden y luego se legisla en base a ellos, cuando el orden debería ser al contrario.

Lo hacía un día después de haber pedido y conseguido la absolución para su cliente en el juicio por el que el universitario se enfrentaba al pago de 95.000 euros al Ministerio de Defensa y a una multa de 22.500 por las consecuencias de su absurda broma, un presunto delito de desórdenes públicos. Escribió a sus colegas en un chat privado, que era un talibán e iba a volar el avión que les llevaba de Londres a Menorca.

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Por una causa que ni siquiera han conocido los investigadores del Estado, ese mensaje llegó a los sistemas de seguridad del Aeropuerto de Gatwick lo que desencadenó la movilización del Ejército español con dos cazas F18 para custodiar la aeronave hasta su aterrizaje en la Isla.

Independientemente de la enorme torpeza del joven, que ha podido arruinar la economía familiar, el alegato de la abogada en el juicio invita a la reflexión. «¿Quién tiene autoridad para intervenir en un chiste? Si como individuos se nos impide disfrutar de la libertad de expresión y del derecho a la privacidad, ¿qué nos queda?». Dijo que no había autorización judicial para hacer público el contenido de la broma pesada y que si alguien debería ser considerado responsable del coste de la intervención española son las autoridades británicas por  «violar» su derecho a la privacidad. Es posible que la alarma fuera activada por los algoritmos del sistema informático al detectar la combinación de palabras susceptibles de un atentado terrorista, pero el método aplicado a un mensaje exclusivo para un grupo de amigos no debería desencadenar este tipo de consecuencias.

El Reino Unido se ha lavado las manos y España ha acabado pagando la violación de un mensaje privado, poner en el aire dos aviones de guerra y el coste de todo el proceso judicial. Eso sí es una broma de mal gusto.