TW

El flamante ministro de Cultura, el navarro-catalán Ernest Urtasun, quiere que se revisen los museos del Estado para «superar el marco colonial y anclado en inercias de género o etnocéntricas». Antaño, las gilipolleces eran patrimonio de gente con poca cultura y escasa talla intelectual. Hoy, todo un responsable del ramo es capaz de espetar estas memeces.

No es casualidad que el joven ministro naciera en 1982, que lo hiciera en Cataluña y que se formase en el Liceo Francés. El analfabetismo y el odio hacia la historia de España estaban prácticamente asegurados. Pese a ello, pásmense, tras vincularse tempranamente a movimientos de izquierda alternativa -otro punto más para el autoodio- accedió a la carrera diplomática en 2010. España cuenta con diplomáticos que detestan lo que nuestro país ha representado a lo largo de la historia, algo único en el mundo. Afortunadamente, don Ernest no es todavía embajador.

La noticia me recordó a una antigua profesora, ya anciana cuando, a finales de los 80, trató de adentrarme en los rudimentos de la lengua de Goethe. Contaba con horror doña Aninga Mir -hija de mallorquín y alemana- que había vivido de niña el ascenso del nazismo en Alemania y el proceso de férreo control que impuso Hitler para la «germanización» de la cultura. En China, la llamada Revolución Cultural ocasionó cientos de miles de asesinatos. No hay ideología totalitaria que no pretenda censurar la libre expresión del arte y la cultura. El comunista Urtasun no iba a ser menos.

Aplicar la ideología de género o privar de etnocentrismo al Museo del Prado, por ejemplo, ¿qué significa? ¿Acaso vamos a esconder valiosas obras pictóricas por lo que representan si es que no concuerda con lo que piensa el Gobierno?

Ya dijo Azaña al prosoviético Negrín que si consentía que se perdiera El Prado, tendría que pegarse un tiro, porque «vale más el Museo del Prado que la República y la Monarquía juntas».

A Urtasun le convendría leer y escuchar al historiador mejicano Juan Miguel Zunzunegui cuando explica en qué consistió la conquista de México y cómo Hollywood contribuyó a difundir la falsa imagen de los españoles perversos -aunque éstos erigieron las primeras universidades de América y redactaron los primeros compendios del derecho humanitario para proteger a los indígenas de los abusos-, mientras la Conquista del Oeste norteamericano pasó al imaginario colectivo como una gigantesca epopeya anglosajona, siendo el genocidio programado más cruel de la historia, perpetuado aún hoy en las reservas en las que los native-american se pueden desenvolver libremente en su ambiente, como los elefantes africanos en Masai Mara.

El autoodio cultural está tan extendido en toda Iberoamérica -basta escuchar las sandeces del presidente López Obrador-, que muchos descendientes de españoles -la inmensa mayoría, con sangre mestiza- no son siquiera conscientes de cuáles son sus orígenes.

Para reírse -o llorar- un rato, vean el vídeo en el que la actriz californiana Jessica Alba no puede dar crédito a que el 87 por ciento de sus genes sean europeos -españoles, en el caso de su padre- y no únicamente indígenas, como ella pensaba. Llega a preguntarle a su interlocutor si España cuenta como Europa.

Urtasun y Alba son de la misma generación.