No solo mi generación, todos estamos en deuda con unos músicos que durante la Transición, nos dejaron un rico caudal de bellas canciones apoyadas en más que acertadas y sentidas letras. Hoy España puede presumir de que la música llena positivamente nuestras vidas, gracias al esfuerzo continuado de conservatorios, bandas, temporadas de ópera, sinfónicas y grupos musicales para todos los gustos, que gozan de especial atención por parte de emisoras de radio y cadenas de televisión.
Jose Luis Armenteros y Pablo Herrero aquellos jóvenes de «Nit de Llampecs» de los Relámpagos, son parte importante de aquella generación. Con el tiempo registraron más de 700 melodías, entre ellas, el «Libre» de Nino Bravo o el «Libertad sin ira» de Jarcha. Escribirían también para una irrepetible Rocío Jurado, «Como una ola». Emocionante aún hoy, volverla a escuchar. De su letra -nunca he sabido si recogida de algún poeta o brotada de su propia sensibilidad- extraigo unos paralelismos.
Como una ola, nació en septiembre de 2019, «Tsunami Democratic» movimiento apoyado en las redes, autoproclamado no violento aunque desobediente civil. Mediante una particular aplicación, coordinaba movilizaciones, convocando el mismo 14 de octubre, día en el que se conoció la sentencia del Tribunal Supremo que condenaba a los responsables del Procés, desde «detener las actividades de El Prat» que conllevaron la suspensión de 169 vuelos y un coste estimado de 2 millones de pérdidas, hasta el corte de la autopista AP.7 en La Junquera, el bloqueo de los accesos a Barcelona o sentadas en las principales calles de la Ciudad Condal. El inmediato 18 de octubre, la Audiencia Nacional ordenaba el cierre de su página web e iniciaba, visto el desarrollo violento de las movilizaciones, una investigación por posibles delitos de terrorismo. Se trata según la Audiencia «de una organización estructurada y jerarquizada, cuya intención esencial era subvertir el orden constitucional, desestabilizar económica y políticamente el Estado y alterar gravemente el orden público». A pesar de que el movimiento -la ola- aparecía sin dirigentes ni responsables visibles, la Audiencia Nacional tras las informaciones obtenidas, procesó a nueve responsables separatistas encabezados por Marta Rovira, huida a Suiza desde 2018.
Como cantaría Rocío: «la ola llegó con fuerza desmedida» y «perdimos el timón sin apenas darnos cuenta». Lo del movimiento no violento quedó para los abogados defensores. Porque como se constató, la violencia estaba perfectamente planificada, se asumían riesgos, incluso mortales.
No ha sido esta la única ola. Que se lo pregunten a los que hace diez años iban a asaltar los cielos. También Rocío entonaría: «bajando del cielo una estrella en el hueco de mis manos». Hoy su estrella es fugaz, el hueco de sus manos vacío, drenado a través de las grietas de la división y los protagonismos, por la demagogia de un populismo desconectado de nuestra realidad.
Las olas arrastraron y siguen arrastrando a parte de nuestra clase política, a nuestro poder judicial, al papel imprescindible de la Corona, al CNI, a la Policía, al propio Congreso y a su Presidenta, a pactos y leyes que rozan, cuando no violan gravemente, la inconstitucionalidad. Incluso a la Unión Europea, a punto de constatar la venganza de Putin estimulando la quiebra de su cohesión.
El Gobierno, el partido y los apoyos que lo sostienen, también han actuado como un «tsunami» arrastrando voluntades y opiniones, aunque el pasado martes constatase en el Congreso, que el entramado de posibles lealtades es débil. Son los «escapados mar adentro, sin escuchar las voces en el viento» que hacen difícil, prácticamente imposible, arreglar el timón de la concordia y orientar nuestra vida con un rumbo seguro. Ya nos lo advertía el clásico: «no hay vientos favorables, para quien no tiene bien definido el rumbo». Y temo que no sepamos claramente adónde vamos, máxime cuando quien debe definirlo depende de otras voluntades, de otros principios y valores, de odios, alejados de los que nos dimos con rumbo definido en la Transición.
Peligra el que nuestra convivencia se defina por un caprichoso ir y venir de las olas y que «sin apenas darnos cuenta» no solo impidan el gobierno del timón, sino que día a día, noche tras noche, erosionen nuestra alma como pueblo.
Debió intuirlo el letrista de «Como una ola» al ver el martes algunas caras en el Congreso: «pero al mirarte a los ojos, vi una luz de desencanto, me avergoncé de mi estrella y llorando me dormí».
Si nos lo proponemos, otra ola de sacrificio, honestidad, cultura del esfuerzo y patriotismo, debe llegar a nuestras vidas. Será el día en que, bien despiertos, todos podamos mirarnos a los ojos sin desencantos y sin avergonzarnos de lo que somos.
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 01 de febrero de 2024.