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Vaya por delante que el Festival de Eurovisión me parece una simple parida. Pero me llama la atención que la Unión Europea de Radiodifusión califique de evento apolítico. Ciertamente solo se entiende que Rusia fuera expulsada e Israel no, por los compromisos político económicos contraídos con estos últimos que ligan a la vieja Europa de pies y manos. No me parece que participar en un festival de este talante sea algo digno de reseñar, tampoco no hacerlo, pero sí lo es que se empiece por ahí y se vaya bloqueando a Israel de cuantos eventos, asociaciones, organismos, alianzas, etcétera sea posible.   

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Hasta el Rey ha saltado a la palestra pidiendo el alto el fuego en Gaza, algo que le honra, tal vez porque así se lo han escrito quienes se ocupan de sus asuntos y no por voluntad propia, pero el resultado es el mismo. Se trata de una masacre que en occidente miramos en las noticias, horrorizándonos tal y como hicimos con la invasión de Ucrania, mientras meditamos qué ver en Netflix, ¿una serie o una peli? Sin embargo, si observas todo el entorno, si las selecciones de fútbol participan, por ejemplo, en un mundial celebrado en un país donde se menoscaban los derechos de las mujeres, pues todo es más fácil de comprender, aunque no por eso sencillo de digerir.

También como ejemplo sirven las palabras de la jefa de la delegación española en Eurovisión: «Es un festival de música y nuestra posición oficial es la de la UER, nosotros no entramos ni salimos, y vamos a participar». Es decir, las muestras de apoyo y solidaridad durante estos meses, esa lágrima fácil al ver a los niños muertos en los hospitales derruidos de Gaza, se lanzan directamente por un sumidero. La pela lo maneja todo como siempre hemos sabido. Evidentemente los televidentes pueden boicotear el festival, pero yo me sumo entre aquellos que nunca lo ve desde José Vélez bailando un vals, por tanto soy un cero a la izquierda en estas circunstancias.