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La vida es transformación constante, y nadie sabe en qué mierda se acabará convirtiendo. Desde Las metamorfosis de Ovidio, poema épico en hexámetros del año 8 que narra más de doscientas transformaciones, algunas funestas (Dédalo, Faetón, Eco, Narciso, Cadmo, la ninfa Citia, etc.), y sin olvidar a Gregorio Samsa que en el relato de Kafka se transformó en insecto gigante, nadie había experimentado una metamorfosis tan espectacular (y funesta, sí) como Xavi, futbolista legendario y todavía entrenador en diferido del Barça. Cierto que estas metamorfosis suelen afectar a criaturas míticas, personajes quiméricos griegos o romanos, pero más mítico que Xavi hay pocos. Aquiles, tal vez, o el propio Eneas.

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Increíble cómo el futbolista más inteligente que ha existido (no jugaba, hacía jugar a los demás), y el más correcto y deportivo, que en veinte años de carrera no se quejó jamás, siendo ya entrenador del Barça, además de dimitir en diferido a fin de que el alborozo de perderle pronto de vista reactivase al equipo, se ha transformado en pocos años en un quejica incesante, y gran maestro del lloriqueo. El Barça llevaba un siglo sollozando, era el club más quejica del mundo, y tras lograr con el equipo de Guardiola y Messi el extraordinario milagro de que durante más una década abandonase su tradicional victimismo, ahora resulta que Xavi, tras colosal metamorfosis, lo ha recuperado con intereses. Es más llorón que el expresidente Núñez, el tío. No solo asegura que el Madrid adultera, cantinela tradicional qué él nunca usaba y prohibió Guardiola, sino que no para de repetir que no se le valora, no se le respeta, no le quieren suficiente. Y que entrenar al Barça es un tormento. ¡Retorno a las llantinas! ¡Un Premio Príncipe de Asturias del Deporte haciendo pucheros!

Esta espantosa metamorfosis empezó en Qatar, donde el genio de Terrassa se arabizó de súbito, hasta el punto de ser embajador y propagandista de su infame Mundial, y luego ha proseguido hasta superar al mismísimo Gregorio Samsa, al que no reconocía ni su padre. Igual es cierto que cada cual se acaba transformando en lo que más detestaba. Como la hermosa ninfa Io, que horrorizada, se metamorfoseó en ternera.