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Pues no, tampoco él. Transcurridos cinco años desde que se situara al frente de la alcaldía de Alaior, José Luis Benejam no ha sido capaz de templar los ánimos ni de rebajar la desafección que preside esa convivencia democrática obligada Dalt la Sala. Su grupo y los que forman la oposición, antes unidos en una sola formación  y ahora en las del PSOE y Avançam, habitan en un desencuentro crónico sin aparente solución.

Si cuando anunció su candidatura en 2019, Benejam proclamó que uno de sus principales propósitos era  acabar con la crispación que divide a las formaciones de uno y otro bando, el tiempo sugiere que ha fracasado en el intento. Derecha e izquierda están tan marcadas entre sus representantes municipales, concejales de ayer y de hoy, que estos extienden la distancia natural que les separa sea cual sea la excusa. Basta repasar estas páginas para advertir el intercambio epistolar y de artículos en los que airean sus discrepancias, con descalificaciones que en no pocas ocasiones bordean o superan el mal gusto.

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El alcalde ha ganado la mayoría absoluta en las dos convocatorias a las que ha concurrido lo que, quizás, debería ser más considerado por quienes cuestionan tanto su gestión como sus formas. Podrán discutirse decisiones trascendentes que requieren debate, como el nuevo centro de salud, el futuro segundo geriátrico o la anunciada piscina, pero no cuestionarlas todas.

Que los ediles dediquen tiempo a deliberar y discutir sobre temas de especial relevancia para el futuro del pueblo es tan saludable como necesario, por más que al final se imponga la mayoría del gobierno y a la oposición le quede el derecho al pataleo. Pero que ese tiempo se invierta en un debate agrio, tenso y estéril para decidir si se aprueba una declaración contra el estado hebreo por su proceder en la guerra, o a favor de los derechos humanos, ya es el colmo. No tienen suficientes puntos de desencuentro como para añadir uno más que no les conduce a nada. Esa es la guerra de Alaior.