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Confieso que soy mucho de perpetuar dialectos. En primer lugar, el dialecto mallorquín de la lengua castellana -ahora vengo, no pases pena-; en segundo término, el lunfardo, tratando de emular a Gardel bajo la ducha; por supuesto, el abstruso catalán de Mallorca, que los aborígenes llamamos mallorquí, y del que un Rubén Darío recién desembarcado -antes de enamorarse de la Isla- calificaba de patois infecto. Incluso, en tiempos pretéritos, también perpetué el dialecto mallorquín de la lengua inglesa -Are you alone?-, mayormente en discotecas de nuestro litoral y con escaso éxito, para qué mentirles. En cambio, el modo imperativo del dialecto mallorquín de la lengua alemana me parece más adecuado para dar órdenes a mi perrita cuando se empeña en no obedecer -Raus!-, porque ella, pese a ser extremeña de Jaraíz de la Vera, es políglota y entiende cualquier idioma hablado o gestual, incluyendo el sánscrito y el chino mandarín. Otra cosa es que obedezca.

No ocurre lo mismo con el estamento arbitral, ciertamente.

Laura Santos Fernández, árbitro de alevines, psicóloga -el día que explicaban la empatía ella debía estar en cama con paperas- y opositora a la Guardia Civil, solo entiende el castellano, mayormente, su bello dialecto meridional. Hasta aquí, nada anormal en una porción significativa y monolingüe de nuestro país, como es Andalucía, tierra que, dicho sea de paso, adoro tanto como su habla.

Que la colegiada -aún- no entienda el catalán con que nos expresamos en Mallorca tras unos pocos meses de residir aquí es, por tanto, hasta normal. Les cuesta entenderlo hasta a los catalanes. Por consiguiente, la cuestión no es que no comprenda nuestra lengua -eso, aquí, jamás ha sido problema-, sino que ni siquiera asuma que la hablemos o que tengamos el sacrosanto derecho de hacerlo y de no girar al castellano, sea a capricho de trencillas de categoría alevín o del Papa de Roma.

Porque ocurre, doña Laura, que el catalán es tan lengua oficial en nuestra tierra como lo es en toda España el castellano, y eso debería saberlo al menos desde la Educación Primaria.

Reflejar en un acta como motivo de sanción al entrenador de la Unió Esportiva Petra -categoría alevín- el hecho de que este «perpetúa su dialecto», pese a las exigencias de la colegiada, retrata una actitud cerril que, por desgracia, no ha desaparecido del todo.

Luego, desde el Comité Balear de árbitros y desde la FBF pueden intentar pintar la historia como quieran y enterrar la cabeza cual avestruces, como hacen habitualmente cuando se trata de juzgar errores propios -lo de Riera Morro, para nota-, pero lo cierto es que el episodio evidencia la materia prima de la que se nutre el colectivo, que nunca ha estado sobrado de mimbres intelectuales.

Habitualmente, los mallorquines resolvemos situaciones como estas cambiando sin esfuerzo alguno a la lengua de nuestro interlocutor, sea castellanoparlante o guiri. Lo negativo de esta secular actitud indígena es que los hay que confunden nuestra natural predisposición a evitar conflictos y entendernos con cualquiera con el derecho a imponernos la lengua en la que hemos de expresarnos.

Y de los mallorquines, por las buenas, se saca casi todo. Por las malas, mejor dejarlo estar. Esperemos que eso sí lo haya entendido.