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Del cerdo todo se aprovecha, y no sólo los andares, sino también los decires. Ay del infeliz que se va de la lengua, porque tendrá que comerse sus palabras en escabeche. Chorradas escabechadas. Esas cosas que se dicen, o se dice que se dijeron. Agotadas ya en la escandalosa trifulca diaria las grandes palabras (democracia, libertad, España, amnistía, igualdad, justicia, etc.), les llega el turno a las pequeñas, a los murmullos, a los rumores, a los deslices, y la batalla prosigue a base de naderías. Porque la batalla política debe continuar, y si no queda solomillo, se roen los huesos y se moja pan. Sabemos desde el verano que en su pretensión de presidir el Gobierno el PP conversó con Junts, con Esquerra, con los nacionalistas vascos, con todo dios. Como era su obligación. Y que luego, tras fracasar en su intento, desató a los perros de la guerra y a los cuatro jinetes del apocalipsis cuando el infame Sánchez hizo lo propio con mejor suerte. Y en esas estábamos, en el apocalipsis patriótico, cuando unas palabras inesperadas del líder Feijóo, seguramente en idioma etrusco que ni él mismo entendía, dejan atónito a su partido, se monta un cristo mediático descomunal, y ante la dificultad de desmentirte cuando siquiera sabes qué has dicho, y la lógica euforia del PSOE, se ve obligado a echarle la culpa a la prensa. Porque le sacaron de contexto.

Es decir, de España, que es su contexto. Ignorábamos que los periodistas fueran capaces de algo así (es un contexto muy grande), y tampoco hemos entendido todavía lo que dijo o dicen que dijo, ni si es o no un giro estratégico, ni a qué viene tamaña escandalera. Pero como llevamos varios días comiéndonos esa bazofia de actualidad, que además ya nos la sabíamos de memoria, mi conclusión es la del inicio. Que si no se puede hacer la guerra de las grandes palabras por excesivamente gastadas (España es una dictadura, ya no hay justicia, ni decencia, ni igualdad, etc.), se hace la de las pequeñas. Los menudillos, las bobadas, los restos del festín. Porque del cerdo todo se aprovecha. ¿Y quién es el cerdo, a todas estas? Nosotros, puesto que somos el puto contexto. Es decir, la palabrería. Y la batalla siempre debe continuar.