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Hace unos días se derrumbó un edificio entero en Badalona y mató a tres personas. Lo curioso es que se había sometido recientemente a la Inspección Técnica de Edificios obligatoria en inmuebles que ya han cumplido cincuenta años. Una de esas estrategias públicas que serían loables si no se hicieran como se hacen. Porque está muy bien que alguien se encargue de revisar las casas construidas hace décadas, para prevenir accidentes como ese.

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Pero ¿qué ocurre? Primero, que nadie avisa. Cada propietario ha de estar atento al cumpleaños de su casa para saber que tiene que encargar la ITE. Segundo, que muchísimas personas no saben ni por dónde empezar. Aquí, quizá, el colegio de arquitectos podría hacer una buena campaña de concienciación para ponerse al alcance de todo el mundo. Tercero, que la inspección la hace un profesional, sí, pero a base de echar un vistazo. Es decir, no se hacen catas de los cimientos ni se abren falsos techos para inspeccionar a fondo los forjados de la cubierta. El inspector mira, hace fotos, y anota todas las deficiencias que ve. Las que no ve se salen del informe.

Así que la conclusión es que el dueño del inmueble, que paga por el informe cantidades más que respetables, se queda con un dosier en el que se le anima a arreglar algunos problemillas, cuando quizá su casa esté a punto de caerse por unos problemones que no se han visto. Me pregunto si será eso lo que ha ocurrido en Badalona. Al final, es otra de esas maniobras de las instituciones públicas realizadas probablemente con la mejor intención pero con resultados más que dudosos. Es como si en la ITV miraran el coche por fuera, la carrocería, las ruedas, pero se olvidarán de revisar el motor. ¿La daríamos por buena?