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Jonathan Swift, en su libro satírico «Los viajes de Gulliver», encontrándose ante la corte de Liliput describe a la reina de Inglaterra como «una hembra de nuestra especie sentada en el trono». Claro que el libro se publicó por primera vez el 28 de octubre de 1726, y ya ha llovido mucho desde entonces. No creo que ni a modo de sátira la descripción resultara aceptable hoy en día. Y, sin embargo, a lo largo de la historia los reyes y las reinas no son más que hombres o mujeres que rigen nuestros destinos, no son dioses ni medio dioses como querían los egipcios y otras civilizaciones más o menos brillantes. Y aunque no se trate de soberanos, nos rendimos ante los mandatarios del tipo que sean, presidentes, caudillos, napoleones, santones, y a veces les otorgamos una categoría superior que no poseen.

Supongo que son conveniencias para regirnos según un escalafón y un código de leyes que haga posible nuestra convivencia, por cierto que a menudo muy deteriorada con guerras devastadoras. No me estoy inventado nada. No hace mucho la reina Margarita de Dinamarca abdicó en favor de su hijo Federico. Durante 52 años fue jefe de Estado, autoridad suprema en la Iglesia del Pueblo Danés y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Dinamarca. ¿Cómo la hubiera descrito Gulliver a los liliputienses? Me lo imagino, y ustedes también. Debe de haber una mujer en el fondo de toda gran mujer.

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Grandes mujeres, ¿grandes reinas? María Antonieta (1755-1793), reina consorte de Francia, conocida por su extravagancia, su indiferencia ante el hambre del pueblo, guillotinada durante la Revolución Francesa. Isabel I de Castilla y León (1451-1504), conocida por su ambición política y su apoyo a la Inquisición. Financió el viaje de Cristóbal Colón y unificó España bajo su corona. Sissi (1837-1898), emperatriz consorte de Austria, célebre por su belleza. Llevó una vida de viajes, deportes y poesía. Murió asesinada por un anarquista. Victoria (1819-1901), reina del Reino Unido y emperatriz de la India, presidió la época de mayor esplendor del Imperio Británico y fue símbolo de la moral victoriana.

Catalina la Grande (1729-1796), emperatriz de Rusia, gobernante ilustrada, amplió el territorio ruso, modernizó la administración, fomentó las artes y las ciencias, tuvo numerosos amantes. Suele decirse de los hombres ilustres aquello de cherchez la femme, busca a la mujer que le apoyaba. En el caso de estas reinas, ¿habría que buscar al hombre, o a la propia mujer que llevaban dentro?