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No sé si la vida es un tránsito donde se gestionan prioridades, pero no hay duda de la alarma que genera alguien excesivamente poderoso advirtiendo de una guerra global que pondría en peligro la humanidad. Comer es vital y la revuelta de los agricultores me devuelve a aquellos años –no vividos– cuando el campo era fuente de riqueza o, al menos, de supervivencia.

Sin valorar ahora las circunstancias personales de una sociedad precaria y, tal vez, más feliz, era imposible entonces imaginar que en el futuro no dispondríamos de cosechas y materias primas. Si algo había era producción agraria y, por lo tanto, no había peligros para la extinción de la vida humana. Los otros peligros siempre han existido, pero ahora se plantea la pérdida de los recursos básicos indispensables (es incuestionable el lema ‘Si no existimos, no comeréis’). De haberlo intuido distintas hubieran sido las reflexiones realizadas en «El Porvenir Del Hombre» de Pierre Teilhard De Chardin.

De la lectura de una edición de 1962 que por casualidad cae en mis manos (conocía al autor por estar presente en la biblioteca que me legó mi padre) aparecen muchos de los dilemas que suscitan el devenir de la historia y nuestras relaciones con el planeta. Destaco una frase que es muy válida para el presente: «Lo repito: a pesar de las apariencias, la humanidad se aburre y he aquí, acaso, la fuente secreta de todos nuestros males. Ya no sabemos qué hacer. De aquí que haya por el mundo esta agitación desordenada de los individuos que persiguen fines absurdos o egoístas; de aquí, entre las naciones, este prurito de luchas armadas en las que, a falta de otra cosa, se descarga destructivamente el exceso de fuerzas acumuladas. La ociosidad, la madre de todos los vicios».

La masa ociosa y subsidiada es cada vez mayor y me preocupa que la inteligencia artificial nos convierta, todavía más, en un rebaño manso y manipulable. Por lo tanto, veo a los sublevados del campo como los últimos románticos del trabajo y el sacrificio; también creo que quienes tomaron la capital con sus tractores padecerán la desgracia de ser los últimos en ver desaparecer Mallorca y los mallorquines.

En un mundo que no entiende el entorno, a diferencia de ellos, representan la resistencia y se proyecta la nostalgia de una sociedad totalmente opuesta a la actual. Su campo muere porque la política real está olvidando los fines y las personas a las que sirve. El payés no puede convertirse en un burócrata y debe tener más capacidad de decisión en una empresa absolutamente necesaria y paradójicamente a pérdida (sorprendente como cuando en sa Pobla no puedes comprar patata de la tierra).

Las reivindicaciones superan lo empresarial y suponen dignificar una labor que es absolutamente imprescindible dentro de esta ola de sostenibilidad y ecologismo que nos envuelve (con un enfoque eficiente y correcto o no). Afrontamos un problema que sí podemos cambiar, que llueva mañana ya no depende de nosotros.