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Un nuevo caso de corrupción que tiene como punto de partida el poder en manos del Partido Socialista ha asestado otro tortazo al frágil gobierno que preside Pedro Sánchez, por su falta de apoyo en la Cámara Baja.

Mira por dónde en esta ocasión ha sido desde su propia cocina donde se ha originado una nueva crisis simultánea al rechazo generalizado a sus juegos de cama en los que yace junto a los independentistas.
Tanto es así que entre el tal Koldo García Izaguirre, que pasó de vigilante jurado a asesor ministerial, y el propio Ábalos, están dañando aún más la gestión del Ejecutivo que lo que lo había hecho hasta ahora esa relación bochornosa de sometimiento ante Puigdemont y compañía.

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La purga se ha iniciado y detenido en la formación de la calle Ferraz echando a los leones al exministro, que fuera hombre fuerte del partido y mano derecha del propio presidente en su ascensión al poder por la puerta de atrás.

Sin embargo, no es conveniente atender demasiado al discurso victimista del nuevo apestado socialista para limpiar su honor y quizás su conciencia porque siguen apareciendo detalles que están metiendo también a los de más arriba en el mismo estiércol. Lo que debe importar es saber cómo y por qué se tomaron decisiones en la compra de mascarillas que permitieron enriquecer a los corruptos, y por qué los responsables políticos no han revelado hasta ahora, cuando la Guardia civil lo ha descubierto, que el material adquirido a precio de oro no era el encargado y, además, estaba defectuoso.

Por esa misma razón extraña que la presidenta del Congreso, Francina Armengol, al frente de Balears durante la pandemia, haya tardado una semana en manifestarse y echar balones fuera. Ella y su equipo fueron los responsables de comprar las mascarillas a la empresa de Koldo, la sombra del entonces ministro. Todo huele demasiado mal como para pretender que este escándalo no tenga más consecuencias.