Bertolt Brecht (1898-1956) el dramaturgo alemán a quien la política oficial no creo juzgue como «facha», dejó a pesar de la incongruencia de sus comportamientos, frases lapidarias de amplio consumo. Destaco hoy una significativa: «cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad».
Yo creo que ya hemos alcanzado esta mala calidad. Día a día nos enfrentamos a sorprendentes revelaciones -bien conocidas por algunos hace tiempo- que marcan claramente el paso de nuestra decadencia moral. Día a día somos testigos de posturas de odio cainita, de inconsecuencias políticas, de hipocresías. ¿Cómo pueden negarse unos diputados a sueldo, a guardar un minuto de silencio en la mismísima sede parlamentaria, por dos servidores públicos asesinados en cumplimiento de un servicio por su comunidad, en defensa del orden civil que la vertebra? ¿Cómo en todo un Ministerio del Interior nadie fue capaz de entrever, conducir y en su caso corregir, las denuncias de su propio Servicio de Asuntos Internos (SAI) contra el Organismo de Coordinación del Narcotráfico (OCON Sur) que concluyeron con su disolución, cuando en las mismas aparecían, no solo los no desdeñables trucos de los narcos, sino también viejos fantasmas de celos entre la Policía Nacional y la Guardia Civil?
DOY POR ASUMIDA una preocupante pérdida de valores, cuando me detengo en este «es hora ya de decir la verdad» de Brecht.
Hoy su oponente la mentira, campa a babor y estribor por toda nuestra vida política. En las hojas de servicio de muchos de nuestros dirigentes debe constar como mérito: «sabe mentir a conciencia con cara de decir la verdad; responde sin pestañear a referencias críticas especialmente las procedentes de archivos y hemerotecas». Así se valora el capital político. Y con estos mimbres difícilmente se articula un sistema apoyado en la buena fe y la confianza. Se agarran al dicho popular: «como me creo lo que invento, no me parece que miento». Pero lo cierto es que hoy en día, es muy difícil creer, depositar confianza, cerrar un trato con mano abierta. Escribía recientemente Arcadi Espada en relación a la decadencia de las instituciones: «para funcionar correctamente necesitan el fluido continuo de la buena fe; no hay debate público ni privado sin buena fe; no puede haber instituciones con gentuza».
EL BONA FIDES del Derecho Romano, principio general no solo del Derecho sino de la Ética, se define como estado mental de honradez, de convicción respecto a la verdad, de exactitud de un asunto o rectitud de una conducta. De mi padre, abogado de provincias, heredé una frase que hice mía a lo largo de una vida de obligados contratos y pactos que aun hoy suscribo: «la buena fe y la confianza presidirán las cláusulas de este contrato». Sin ella, ya pueden extenderse páginas en letra pequeña, garantías reciprocas, sedes judiciales de salvaguarda. Lo recoge el artículo 7º de nuestro Código Civil («Los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe») e incluso el 11º de la Ley Orgánica del Poder Judicial («En todo tipo de procedimientos se respetarán las reglas de la buena fe»).
Todo se desmorona si hay mala fe. La ha habido en hechos recientes. Y doy por seguro que seguirá habiéndolos, cuando faltan básicos soportes morales. Por supuesto no quiero ni debo generalizar como suele hacerse políticamente, con acusaciones globales sobre corrupción, especialmente atribuidas a partidos. No. Porque generalizando se hiere gravemente a una gran mayoría que no es corrupta. Ya deberían saber desde hace siglos que, ya sea en una formación política, una ONG humanitaria, una unidad de élite policial, una Curia catedralicia, un cuartel o una parroquia extremeña, aparecerán personas que violarán las reglas de la buena fe.
Las hay, las ha habido y las habrá. Lo importante no es arrojar, sin mirar, piedras al otro sino arbitrar medidas de control y en su caso castigo. Pero visto lo que veo, me pregunto si será necesario cambiar los artículos del Código Civil o de la LOPJ manoseándolos o ajustándolos a intereses políticos como se ha hecho con el 566 del Código Penal sobre el delito de Sedición o el 432 sobre el de Malversación.
Duele recordar lo escrito por Leonardo Castellani1 cuando tildaba de «demogresca» a nuestra democracia, en realidad una desviación política. «El sistema es corrupto porque yace en un error de fondo: los hombres inferiores se han puesto por encima de los hombres que por naturaleza son superiores». Entiendo que superioridad e inferioridad, están referidas a normas morales y valores intelectuales.
En cierto modo Brecht se incorporaría a la crítica: «Hay del país en que los osados pasan por inteligentes».
(1) «Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI». Recopilación de artículos del jesuita argentino, por Juan Manuel de Prada.