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¿Cómo están queridos lectores? Espero que solo se hablen con personas que saben que lo contrario del feminismo es la ignorancia. Que tengan claro que un nazi no es un ser humano. Que sin sanidad pública y universal solo los ricos se podrán curar sus cánceres. Que sin educación pública solo los hijos de Cayetano podrán acceder a cargos de responsabilidad. Que uno no debería dormir tranquilo en una mansión si sabe que su lujo se sustenta en la miseria de los que duermen en la calle. Espero, también, que solo tengan en cuenta la opinión de las personas que hablan conforme a unos datos contrastados y además lo hacen ejerciendo la empatía. Porque las opiniones de los que hablan con datos manipulados, como hicieron los mentirosos oficiales del atentado del 11 de marzo del 2004, valen menos que una cerveza caliente y sin gas, que ya es decir.

Si no ponemos un suelo mínimo de ética y moral acabaremos aceptando cosas muy locas como que un ‘señoro’ pueda ser candidato a presidir un país a pesar de ser amigo de narcotraficantes, o que una señora pueda ponerse chulita representando una comunidad autónoma en lugar de pedir perdón por los ancianos que dejó morir en las residencias, o incluso que soportemos con estoicismo que alguien nos meta la chapa sobre lo tontos que somos por no abandonar nuestra zona de confort. Un poquito de criterio hace falta para no terminar todos comiendo precongelados en el sofá y posteando en Instagram lo felices que somos mientras ingerimos el tercer ansiolítico del día.

Y esperen tranquilamente la reacción de un aburrido troll: «Vaya, qué creído os lo tenéis. ¿Quiénes sois vosotros para sentiros superiores a los demás? Ni caso. Si tenemos que seguir explicando que somos superiores moralmente a los ‘mierders’ neonazis y su séquito neoliberal no avanzaremos nunca».

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Levantar la voz contra la idiotricacia tendría que ser un imperativo de acción para todos aquellos que estamos más que hartos de ver como la desigualdad crece a toda mecha y como millones de víctimas apoyan a sus verdugos. Nos piden resiliencia para aguantar el cruel sistema impuesto, pero en realidad lo que necesitamos es resistencia y rebeldía intelectual para cambiarlo. Y me molaría mucho que este pensamiento hubiera salido de mi coco, pero ni de coña da para tanto, se lo he cogido al filósofo Carlos Javier González Serrano, que acaba de publicar «Una filosofía de la resistencia», un libraco increíble que invita a pararse, pensar y actuar. Porque una filosofía que no se hace acción es más inútil que un salero sin agujeros.

Es difícil datar el momento exacto en que el homo sapiens pasó a ser homo consumens, y donde se dio el paso para perder la categoría de ciudadano implicado en los temas públicos, a súbditos sedados que no ven más allá de su ombligo. Seguramente ha sido un largo proceso maquiavélicamente ideado para que una vez sedados les demos nuestra alma a la mayor gloria de sus fortunas. Un dato demoledor: en este país se suicidan once personas al día, más de cuatro mil al año, ¿alguien se cree que se puede revertir este hecho aterrador sin modificar un sistema económico que tritura personas? Ahí lo dejo.

Cerramos con la buena noticia, no estamos solos. Cada vez más personas empiezan a plantearse si el problema son ellos, o este sistema caníbal que se cree    invencible. No hay que desanimarse, dioses más grandes cayeron, que le pregunten a Zeus cuando se quedó sin fieles. Lúpulo y feliz jueves.