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Últimamente, muchos medios de comunicación advierten de que podríamos estar en un escenario prebélico: a las puertas de una nueva guerra mundial. La afirmación es de calado, y sume a la población que accede a esas noticias en un estado de enorme –y comprensible– preocupación. La clave de bóveda radica, en el espacio europeo, en el desenlace de la guerra de Ucrania y en la pretensión plausible de que Rusia trate de invadir otros países que forman parte de la OTAN. Esto deviene un problema, agravado por la advertencia de Trump, el previsible candidato de los republicanos en los comicios norteamericanos de noviembre, de que su ‘América primero’ contempla, entre otros elementos, un nacionalismo extensible al ámbito militar: reducir las ayudas en este campo a los europeos. Los rearmes, entonces, se ponen sobre la mesa: esto es lo que está evaluando la Unión Europea.

Es sabido que las guerras más importantes –nos atreveríamos a decir que todas ellas: las más y las menos– tienen orígenes económicos. Si nos remitimos a los dos conflictos mundiales más recientes, la Primera y la Segunda guerras, las causas económicas son innegables. Desde la feroz competencia industrial e imperialista en el caso de la Primera; hasta los enormes impactos del crack de 1929, con derivadas terribles como los ascensos del fascismo y del nazismo, que engendraron la Segunda, los componentes económicos han estado bien presentes, con una característica básica, previa: la caída en los beneficios empresariales, lo que podemos calificar como crisis de acumulación.

La pregunta clave, desde la esfera de la economía, es si, hoy en día, estamos ante una nueva crisis de acumulación, es decir, un bloqueo en las capacidades de inversión del capital hacia nuevos nichos, para superar un estado de contracción de beneficios. Los datos, en tal sentido, no parecen ir en esa dirección. Las ganancias empresariales son muy relevantes. Una muestra, que atañe a la economía española, sirve de ejemplo: cerca de 60.000 millones de euros son los beneficios de las empresas españolas que cotizan en el Ibex 35, en 2023. Sueldos y dividendos se elevaron a aumentos superiores al 10 por ciento. En el campo internacional, las principales firmas de carácter industrial y tecnológico están conociendo igualmente beneficios muy elevados, en el contexto de este nuevo perfil de la globalización. ¿Tiene sentido estimular una guerra, con las consecuencias económicas que son predecibles, con esos sintéticos indicadores económicos? Es evidente que el tema da más de sí; necesitamos datos más amplios y robustos para llegar a conclusiones más sólidas. Pero con los que se acaban de exponer resulta difícil pensar en un estallido bélico motivado por elementos de carácter económico. Otra cosa es que locuras particulares nos lleven a una catástrofe. Pero debemos pensar que los fundamentos sobre los que se asientan los beneficios actuales, se resquebrajarían. Las dos guerras mundiales del siglo XX nos ilustran sobre todo esto. La destrucción humana se escribe en renglones contables. No vemos la necesidad actual. Solo el desquiciamiento individual puede trastocarlo todo.