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Pues a mí me gustaban los bustos parlantes de la tele; informaban mejor y comunicaban seriedad. En cambio, los bustos danzantes de ahora, que dan las noticias de pie, deambulando y bailoteando por el plató de informativos como si fuesen monologuistas cómicos, al añadir dinamismo al mensaje le restan precisión, lo modifican levemente, y lo que se gana en desenvoltura se pierde en rigor. La desenvoltura sirve para las charlas casuales, para contar chistes o ligar, pero no tanto para las noticias del mediodía. Si alguien va a informarme de algo importante, me basta mirarle la cara, no me hace falta el cuerpo entero, ni los pies. Los pies son un dato que no viene a cuento si hablamos de borrascas o sequías. Pero claro, ahora todo tiene que ser muy ágil y dinámico, muy audiovisual, y como la información forma parte de las artes escénicas (como todo), los antiguos bustos parlantes están obligados a moverse de aquí para allá, parecer que avanzan y hacen cosas (además de contar lo que ha pasado), lo que a su vez incrementa su gestualidad, sus muecas y mohines, sus énfasis, sus tics nerviosos y todo ese lenguaje no verbal que infla cualquier comunicado hasta que se va volando como un globo. Los sordos nos fijamos mucho en ese lenguaje no verbal, por lo que a veces no sé si se pronostican chubascos dispersos o solo nubes y claros.

Demasiado dinamismo. Fritos nos tienen, a los sedentarios. Supongo que esta moda dinámica se inició con internet y las redes sociales, donde la información se ha vuelto tan ágil y frenética que es imposible enterarse    de nada, salvo precisamente de la gestualidad. Es decir, de las exageraciones y los bulos. Y no solo se ha extendido a la tele, sino también a la cultura, los relatos y las costumbres, pues si no hay mucha agitación, en una peli o en la vida real, no hay audiencia. Por eso los partidos políticos, los fines de semana, en lugar de dedicarse a descansar, o a pensar en sus cosas, montan unos eventos absurdos y masivos para dar sensación de mucho movimiento. De gran dinamismo, en fin. Un busto parlante, aunque no fuese el de Confucio, transmitía cierta imagen de reflexión, de la que ahora se huye como de la peste. Es muy fatigoso.