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Pero no nos vamos a referir ahora a libros de viejo de segunda mano, de ocasión y rebajados de precio, sino a los que si bien no fueron escritos con ese propósito (cualquier libro con un propósito es basura pretenciosa), resultan especialmente indicados para viejos, ya que solo en la ancianidad se pueden disfrutar plenamente, como los vastos clásicos chinos, El plantador de tabaco de John Barth o París era una fiesta, la obra póstuma de Hemingway. Quizá sus autores se pasmarían, porque los escritores nunca se enteran de nada, pero los lectores sí, y más los lectores que han logrado sobrevivir más de lo que esperaban, alcanzando la ancianidad. Se las saben todas, no están para tonterías, y aunque se dice que la vejez es la edad de la sabiduría, eso es otra tontería. La vejez bien entendida es tiempo de pasatiempos, y cuanto mejores sean estos (libros para viejos, por ejemplo), mejor para ellos. Los dos tomos de El vizconde de Bragelonne, de Dumas, son ideales para viejos, porque ver que D’Artagnan anciano es mucho mejor que de joven, anima a cualquiera. A Stevenson le encantaba esa novela, que leía cada año. También son adecuados para la edad avanzada los relatos de fantasmas de Isaac Bashevis Singer, y sus cuentos judíos, porque tienen algo milenario y a la vez despreocupado. Como Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin (siglo XVIII), cuyas más de 2.000 páginas no tienen otro propósito que amenizar con comentarios las sobremesas.

En esta categoría también tenemos El libro de la almohada, de la cortesana japonesa del siglo X Sei Shonagon. Para viejos meditabundos disponemos de Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, muy entretenida, y Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, cuyo título lo dice todo. Las policíacas anticuadas, de las que ya se conoce al asesino, son excelentes pasatiempos de viejo, así como Borges y Pessoa, que ya nacieron envejecidos y se entienden mejor a cierta edad. No es que de joven no se puedan leer los libros mencionados, es que no dan el mismo gusto. Hemingway se reventó el cerebro antes de ver publicado París era una fiesta, pero igual lo disfrutó. A eso me refiero. Cada cosa a su tiempo. Y los libros de viejo también.