Sin las dosis adecuadas, y crecientes, de ambigüedad lingüística, apoyadas por vaguedades y sobreentendidos, no hay forma de que nada funcione. No hay manera de ponerse de acuerdo, y todas las palabras y discursos se convierten en aullidos. La gente no se habla, se aúlla. Imposible negociar cosa alguna, ni siquiera un breve romance primaveral, mucho menos acuerdos políticos y leyes. El lenguaje humano, probablemente como fruto de la evolución a fin de evitar que nos matemos unos a otros por un quítame allá esas pajas, ya es de por sí muy ambiguo, confuso, lleno de ambigüedades léxicas, sintácticas y semánticas, con palabras y oraciones susceptibles de varias interpretaciones y significados, así como dobles sentidos, y hacerlo más ambiguo aún es la tarea de literatos, filósofos y legisladores. Y dirigentes políticos, claro está. Porque cualquier cosa que se entienda a la primera, y no admita interpretaciones diversas, crea graves conflictos y reduce el idioma a aullidos salvajes. O ambiguos o aulladores, no hay otra alternativa.
Oraciones
Ambiguos o aulladores
20/03/24 4:00
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