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La célebre frase «Conócete a ti mismo», que se remonta a unos 500 años antes de Cristo y tanto se puede atribuir a Heráclito (el de «Todo fluye, nada permanece») como a Pitágoras, o a Sócrates algo después, si te fijas bien es de una simpleza extraordinaria, pero muy contaminante, porque no solo dio origen a las ciencias psicológicas, el marketing, la publicidad y la literatura costumbrista, sino a otra frase muy en boga más absurda todavía. «Sé tú mismo», de autoría multitudinaria.

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Ambas son imperativas, naturalmente, y se supone que una vez te has conocido a ti mismo, qué otra cosa vas a ser. Disparatado, desde luego. Es decir, lo normal en las frases eternas, que por eso son eternas. No nos referimos a refranes o proverbios populares, sino a algo que alguien dijo o escribió, y como son  idioteces muy sonoras que tanto sirven para una cosa como para otra, quedaron grabadas en mármol para siempre. La mayoría de estas grandes frases que resuenan de generación en generación, como aquella de Buda de que para entenderlo todo hay que olvidarlo todo, y que todos conocen aunque no sepan qué significan, o no significan nada o son soberanas tonterías. Por eso son eternas.

Ser o no ser, por ejemplo, esa chorrada que se le ocurrió a Shakespeare una noche que estaba muy borracho y le urgía iniciar un monólogo. La gente aplaudió, y aún sigue aplaudiendo. ¡Ser o no ser! Cómo no habíamos pensado que esa era la cuestión. Parece mentira, pero la frase de Einstein, que ni siquiera estaba borracho, de que Dios no juega a los dados, lleva un siglo atormentando a los físicos. Y por qué no, quién sabe a qué juega Dios. Tal vez a gravedad cuántica de bucles, otra frase científica que ni sus inventores entienden, pero que permanecerá para siempre en la memoria de la especie. Con «Todo fluye, nada permanece», axioma que hoy fascina a los entusiastas del género fluido, Heráclito casi acertó. Casi, porque son precisamente esas grandes frases (solo cité unos ejemplos) las que no fluyen nada, permanecen. Jóvenes, lozanas, tontas. Hermosas y absurdas. «Las mujeres no nacen, se hacen», dijo Simone de Beauvoir. Claro. Y los hombres, los perros, las morsas, las galaxias. Qué descubrimiento!