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Es de suponer que a Sánchez, su peón Bolaños y al coro de propaganda sincronizada se le debería caer la cara de vergüenza oyendo a su socio Puigdemont, que se presenta a las próximas elecciones catalanas para restituirse en la presidencia de la Generalitat y culminar el proceso independentista. Ha afirmado que si se consigue un acuerdo para un referéndum de autodeterminación, perfecto; si no, reactivará la DUI y proclamará la independencia de forma unilateral. Remató la humillación soltando que España es una anomalía democrática. No se ha oído una palabra de quien tenía que haber salido al paso de tamaña ofensa al Estado de Derecho y a las exigencias y privilegios supremacistas. Por el contrario, ha sacado toda la artillería pesada para pedir la dimisión de Ayuso, la lideresa que le ha revolcado por el barro en todos los procesos electorales. Es un intento de intimidar a su íntima enemiga y    desviar el foco del caso Koldo y su ramificación, el caso Begoña. También han tenido tiempo para calumniar y difamar a la mujer de Feijóo con un bulo que fue descubierto de inmediato. No tienen límite.

Entonces llega Aragonès a Madrid y nos dice que se va a quedar con la pasta de los impuestos y que, durante un tiempo, se dignará a dar unos euros, a manera de limosna, a esos vagos castellanos. Y se fue al AVE sin que las justicias le apresaran por un delito de racismo y otro de odio.

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Uno y otro personaje se conducen de esa manera porque el Gobierno de Pedro Sánchez depende de ellos, en cualquier momento le podrían sacar de la Moncloa. Pero en el caso de que le diera un ataque de patriotismo y decidiera defender la Constitución, lo tendría difícil porque, abolido el delito de sedición, el Estado ha quedado desarmado y lo que es peor, se ha blanqueado el derecho a la autodeterminación. Sabemos que habrá referéndum, porque quienes deberían actuar para impedirlo, como el TC, actúan a cara descubierta como agentes gubernamentales.     

Lo que está en juego es el futuro del sistema. La piqueta de la destrucción de España la ha aplicado quien tenía la obligación de defenderla y, ante tamaña traición y desplome moral, ningún país puede salvaguardarse. Bueno, solo nos quedaría otro «Dos de Mayo».