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Nuestra particular pirámide demográfica, la de Menorca, hace tiempo que es regresiva, estrecha en su base y gruesa por arriba, con los mayores aumentos de población entre los grupos de 45 a 59 y de 60 años en adelante. El número de habitantes crece, según los últimos datos del Observatorio Socioambiental, no hay por tanto un retroceso de población, pero los que estamos y los que llegan, todos somos cada vez más viejos. Es una muy buena noticia poder prolongar la esperanza de vida, pero eso acarrea nuevos desafíos. No solo hacen falta más equipamientos para la atención a los mayores sino que además, a medida que estos son más ancianos y más dependientes, se requieren instalaciones adecuadas y personal especializado.

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Todos los centros que ahora se están construyendo no van a cubrir las plazas que se necesitan, por ello el Consell busca ya potenciar la atención a domicilio de alta intensidad, que estrenó de manera pionera Sant Lluís hace un par de años. Casi 700 personas esperan para tener una plaza, o bien de ingreso en una residencia o bien para un centro de día, una demanda que desborda las cerca de 300 plazas de los proyectos ahora en marcha. Y aún así, otro reto todavía mayor que construir edificios que cuestan millones está ya emergiendo: la falta de trabajadores cualificados para atender a los ancianos de hoy y de mañana, lo peor, si no se consigue formar y atraer personal, está por venir. Ese cuidado sacrificado que solía recaer en las familias, especialmente en las mujeres, ahora está cada vez más profesionalizado. La situación vivida recientemente en el geriátrico de Maó, donde se tuvo que restringir las salidas de usuarios sin movilidad debido a que las bajas laborales habían mermado la plantilla, y el hecho de que las bolsas de personal sociosanitario estén vacías, enciende las alarmas. No valen de mucho las infraestructuras si no hay manos, como tampoco consuela la longevidad si es para estar ‘aparcado’ sin un trato digno.