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Hay algo común en todos los campos de batalla desde el neolítico. El hedor, la peste. En cambio, en los escenarios prebélicos, esa atmósfera hedionda es ligeramente distinta, con cierto toque dulzón como a frutas podridas, debido al entusiasmo y la euforia que una posible guerra futura provoca en mucha gente. Esto ya lo contaba Celine en «Viaje al fin de la noche», y va bien recordarlo ahora que sólo se habla de guerras. Las dos en curso, Ucrania y Gaza, y la que acaso vendrá. El presidente polaco ya nos arengó la semana pasada asegurando que estamos en una época de preguerra, y la UE debe prepararse más para la defensa. Lo mismo dijo no hace mucho nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, que nos reprendía por no habernos percatado de que, además de en guerra, ya estamos en preguerra. El presidente francés Macron, más impetuoso, abogaba por enviar soldados a Ucrania, fusionando esta teórica preguerra con la guerra en sí, a fin de ir ganando tiempo.

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El hedor prebélico, y las exigencias de más armamento, incluso llegan a enmascarar la peste a putrefacción de las guerras presentes, y no pasa día sin que analistas, comentaristas o expertos europeos nos recuerden que debemos prepararnos y rearmarnos para la guerra, sobre todo si como pronostican, Trump gana las elecciones en EEUU. Resulta que no tenemos bastante con el horror bélico de cada día, y hay que añadirle el hedor prebélico, que parece un fervor. Y que aunque ahora se haya vuelto irrespirable y eleve la fiebre armamentística, viene de más lejos.

Para mí que de aquella cumbre de la OTAN en Madrid, en junio de 2022, donde en el marco incomparable del Museo del Prado y a la sombra de «Las meninas» de Velázquez, empezamos a discutir la invasión rusa de Ucrania y al final casi declaramos la guerra a China por «subvertir el derecho internacional». Desde entonces, al clima y la atmósfera prebélica se ha recalentado mucho, sin que la operación de exterminio de Israel, con su hedor insufrible, lo frenase. Quizá todos deberíamos estar haciendo maniobras militares en casa, arrastrándonos con los codos por el pasillo, de la cocina al baño. Preparándonos. Porque además de bélicos, estos tiempos son prebélicos.