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Ring... ring...

- Sí, dígame.

- Buenos días, ¿es esto la Travolta Academy Dance?

- Sí señor, aquí estamos para servirle. La Academy Dance de Madrid. Y yo soy su profesor principal, Alfredo Aster, pero me puede llamar Fred Astaire.

- ¿Y enseñan ustedes toda clase de bailes, señor Aster?

- Lo típico: el chotis, la polka, el vals, el pasodoble, el tres por cuatro, el fox-trot, el swing, el rock and roll, el twist, el tango, el cha-cha-cha, la yenka, el guacamole, la samba, todos, se puede decir, todos menos el reguetón. En nuestra academia, el reguetón está prohibido. ¿Por qué lo pregunta, si se puede saber?

- Para aprender, claro. Para aprender, en caso de apuro. He visto que usted es el profesor del alcalde Almeida, perdón, Rodríguez Almeida.

- No exactamente, en realidad, soy su profesor particular y coreógrafo exclusivo. Diseñé expresamente para él su baile de boda, algo que ya han visto unos treinta millones de personas. En realidad, al primero que enseñé a bailar fue a Don Manuel Fraga, no sé si se acuerda de él. Se empeñó en bailar una muñeira en sus bodas de plata y vino a Madrid con la Banda de Gaiteros de La Teijeira para hacer un intensivo. Desde entonces, todos los jefes del PP vienen a aprender a bailar a la Travolta Academy. A Mariano Rajoy le enseñé unos pasos de «La gran noche», de Raphael. A José María Aznar le tuve que mostrar como se baila un tango para su encuentro con Angela Merkel en la sala de fiestas G10, en Davos. También vinieron juntos el señor Casado y la señora Díaz Ayuso, porque querían sorprender a la parroquia en la convención del PP en Valencia con una coreografía novedosa de «Bailar pegados», aunque al final acabó mal. Por favor, he dicho los jefes del PP y en realidad también he trabajado con algún líder del PSOE, como por ejemplo el señor Miguel Iceta. En fin, verdad que hay personas que no puede usted imaginar bailando un twist, por ejemplo. Imagínese por un momento a Puigdemont moviéndose al compás de «Spanish Twist», o al juez García Castellón desmelenado con un «Rock around the clock», o al Vicente Vallés contorneándose en un mambo. Hay cosas difíciles de creer. Pues bailar es creer que lo puedes hacer. Eso le dije al amigo Almeida. Él quería bailar el «Viaje con nosotros» de la Mondragón, para hacer el tren con el Rey, el otro rey, la reina, la Aguirre y la Gamarra… pero le convencí que el baile de boda es para hacerlo entre dos, que si no, la cosa puede acabar en orgía. Pero, dígame, ¿Quiere aprender a bailar? ¿Por qué motivo?

- Sí, yo le diré. Porque hombre prevenido vale por dos. Mire usted, ya tengo tres hijos e hijas en edad de darnos un susto. Hace semanas que sueño que me dicen: «mon pare, me caso por lo civil la semana que viene» y el sueño sigue y me veo en la tesitura de sacar a bailar a mi consuegra. Claro que puedo alegar la ciática u objeción de conciencia, pero si nos hemos tomado unas copas en la barra libre a lo mejor caigo en la trampa y no puedo quedar mal. Cuando veo a las parejas bailar en la plaza se me encoge el corazón y me azota un sentimiento de incapacidad rítmica.

- ¿Tiene usted alguna experiencia? Solo para saber si tendríamos un punto de partida, no todos pueden hacer como el amigo Almeida, Rodríguez Almeida, y aprender un chotis en veinte sesiones.

- Bueno, de joven me apunté a bailes regionales con el grupo folclórico Tramuntana, de Ciutadella. Allí descubrí que lo mío no era el baile ancestral. Aprendí el paseo, pero no me daba cuenta y bailaba la jota des Mercadal cuando mi pareja estaba bailando un fandango. Al cabo de un tiempo, di clases con Fernando Pons Vidal, y no sé si era porque su destino era otro o porque topó conmigo, pero el hombre dejó las clases de baile por la arquitectura y ahora es un reputado hombre de negocios. En fin.

- Ya veo que estoy ante un caso difícil. Pero yo creo que es algo del coco.    Ha de saber que no todos los hombres nacen para el baile; las mujeres sí, pero a muchos hombres les falla la chispa del ritmo y el compás. No todos pueden ser como el Almeida. En realidad, el chico se animó y al final se preparó la coreografía de «Nueve semanas y media» y la de «Full Monty» por si le hacía falta a altas horas de la madrugada. Sobre ello ha habido un riguroso silencio, aunque me dicen que Isabel tiene las imágenes por si le hacen falta.

- A mí me gustó mucho su remate final, cuando el hombre se arrodilla ante ella, sumiso y enamorado. Me lo imaginé en la cocina de casa, pensando qué comida hacer para mañana.

- Sí, como no quería llamar la atención, no fuese que Díaz Ayuso le cogiese manía por quitarle unos minutos de protagonismo, hicimos la preparación a puerta cerrada, sin nadie a la vista. Además, quería dar una sorpresa a Teresa Urquijo y yo tuve que hacer el papel de la novia. Pero bueno, en más verdes me he visto.

- Bueno, puedo intentarlo. Si tuviese un fin de semana libre me llego a Madrid aprovechando el obligado servicio público del avión de línea.

- Ah, ¿no vive usted en Madrid? Y se puede saber…

- En Alaior, amigo Aster, en Alaior.

- Oh, ¡qué casualidad! Precisamente el otro día me llamó su alcalde, José Luis, para contratarme. Quiere que venga este verano a dar unas masters class en Alaior. Podría usted aprovechar y apuntarse. Seguro que si habla con él le hará un hueco.