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En España se vive, desde el punto de vista político, en plena tormenta y tragedia política. Es desolador ver que como Nación hemos avanzado en casi todos los campos de la vida humana menos en el del respeto mutuo, en el del valor de la palabra dada y en el de la lealtad a los principios constitucionales que nuestros representantes prometen defender y respetar. Nunca antes los destinos de España estaban en manos de ciudadanos sin ética, sin valores y sin principios, que se dedican más a trabajar por su permanencia en la «casta política», que por el bien común y colectivo. Solo así se entiende que en la actualidad los problemas de España, tales como el paro, la crispación, la vulneración de derechos, la persecución fiscal, el deterioro de las instituciones y el blanqueamiento de terroristas, se encuentren fuera de control.

Desde el advenimiento de Zapatero, en el 2004, hasta la llegada de Sánchez, pasando por Rajoy, España vive atormentada por divisiones, discordias, espíritu guerracivilista y aquelarres separatistas que nos hacen cada vez más débiles internamente y más vulnerables externamente. Es nuestra obligación actuar para revertir esa realidad. Se lo debemos a las futuras generaciones. Se lo debemos a nuestros padres y abuelos, que tanto lucharon por la paz y la concordia, y que tuvo su más alta expresión en la Constitución del 78. Debemos hacerlo con firmeza y a la vez con tolerancia, verdad, y honestidad.

Estamos frente a una gran batalla histórica para España –no con armas–. Es la batalla cultural para reconstruir política y socialmente, los pilares de convivencia, libertad y democracia, que por desgracia hoy están totalmente debilitados por la política autártica llevada a cabo por el actual ejecutivo. Ello solo se puede lograr con esfuerzo, lágrimas y sudor –espero no haga falta sangre–, como advirtió W. Churchill, en su discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes en 1940.

Apelo a mi partido y a los actuales dirigentes a que se pongan las pilas a nivel local, regional, insular y nacional, y dar esta batalla de reconstrucción nacional en todos los terrenos de acción; tanto intelectuales, sociales, políticos, económicos como educativos. Hay que hacerlo en cada puesto de trabajo, en las asociaciones civiles, en patronales, en sindicatos, en universidades… De lo que se trata es de desenmascarar esta implacable tiranía camuflada de democracia, cuyo objetivo es dominar a la sociedad civil, para que la «clase política» siga gozando de sus suculentos sueldos y privilegios, con independencia de afiliación política.

Nuestra aspiración, la de todos los ciudadanos, debe ser conseguirlo a pesar de todas las dificultades y limitaciones que encontraremos en el camino y conseguirlo por largo y duro que sea este camino. Y es que sin libertad real no hay posibilidad de regeneración, recuperación y supervivencia de España, como Nación unida y fortalecida tanto internamente como externamente. Así que manos a la obra y levantemos España todos juntos. Si queremos podemos. Y es que estamos ante unos momentos claves en la defensa de nuestra democracia y en la defensa de nuestra Nación.

Es nuestra gran responsabilidad de presente para cumplir con nuestro deber. Debemos hacerlo convencidos de que merece la pena dejarse la piel y no esperar a que otros nos resuelvan el problema. Nadie nos vendrá a salvar de nuestras propias miserias. Por ello es necesario un espíritu constante de superación y de propósito de enmienda para revertir la situación. Hacerlo con humildad y sencillez, pero a la vez con la firmeza de quien sabe que la razón está de su parte. La razón se llama España.

Nervios en el PSOE

Los nervios del PSOE, más bien partido Sanchista, están a flor de piel cada vez que la opinión pública y ciertos medios de comunicación, no los del pesebre, sacan nuevas pruebas del tinglado de favores que práctica Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez. Lo hemos comprobado en la subida de tono del inefable y desmemoriado Patxi López.

Miren ustedes si el asunto es grave, que los nervios atacan directamente a Pedro Sánchez, hasta el punto, que a su regreso de la gira por ciertos países de regímenes autocráticos y nada más bajar del «Falcon», se ciñe bata blanca y travestido de forense se dirige al Valle de los Caídos, para examinar algunos cadáveres en las exhumaciones que allí tienen lugar. Lo chocante es que la mayoría de ellos pertenecen a víctimas del Bando Nacional. Pero no importa. Lo importante son las fotos. Lo importante es sacar de nuevo a Franco a pasear. Lo importante es repetir una y mil veces: «republicanos víctimas del fascismo». Lo importante es asociar al PP y Vox con la dictadura y el franquismo. Lo importante es asociar República, libertad, democracia y derechos humanos con el PSOE. Yo no sé si lo consiguen o no, lo que sí sé es que Pedro Sánchez y su «banda» dominan el relato mediático. Cosa distinta es que dominen, con sus trolas, las creencias, el sentido común, la historia real y la inteligencia de la mayoría de españoles.

Con el gesto de bata blanca exhibido por Pedro Sánchez y con Ley de «Memoria Democrática», el actual ejecutivo acusa al PP y Vox de querer acabar con el reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Esta afirmación, además de ser mal intencionada, es perversa y falsa. Lo que proponen PP y Vox, sino derogar, es modificar la norma y ampliar el reconocimiento a todas las víctimas, sean del bando que sean, cosa que no hace la Ley de «Memoria Democrática». Personalmente siempre he sido partidario de que sean los historiadores los que con plena libertad hagan sus relatos, investigaciones e interpretaciones de los hechos históricos de la II República, la Guerra Civil y el Franquismo; sin más límite que el de su propia conciencia. Ello no supone menoscabo al derecho que asiste a todos los familiares de las víctimas de nuestra «guerra incivil» a localizar a sus ancestros, si así lo desean, para darles digna sepultura, pertenezcan a cualquiera de los dos bandos de la contienda. En una Guerra Civil, y en ninguna otra, puede haber víctimas de primera y de segunda. Así las cosas, afirmo que deben ser los poderes públicos los que deben amparar y proteger este derecho. Por todo ello, Sr. Sánchez, más sentido común y menos testosterona. Más razón y menos nervios a flor de piel.