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Escribo sentada en el patio de Can Albertí rodeada de un ambiente relajado y donde Kaori y Pau Saura nos ofrecen una performance donde la música y la manera de moverse de esta maravillosa mujer que es Kaori te llevan allí donde tu imaginación quiera.

La invitación de Caroline y Olivier Pecoux, de Casa Alberti y de la mano de Sonia Pons Vidal, a este acto es una generosa aportación a vivir un momento artístico, emotivo, diferente y muy espiritual.

Y sentada aquí miro al cielo, que hoy es más azul que nunca y mi mente se va a estas gentes y estos países en continua guerra, con esa violencia que saca del hombre al animal que lleva dentro… a esos lugares donde miras al cielo para saber si va a caer, en una décima de segundo, ese proyectil que, posiblemente acabe con tu vida y con las personas que están contigo… en esos países donde se ha prohibido el oír música, el bailar, el aprender…

Y mientras escucho la cantidad de diferentes instrumentos que Pau Saura va utilizando siguiendo su propio impulso, sin que esté nada preparado de antemano, instrumentos que se me hacen extraños al no conocerlos... mientras Kaori con la serenidad que expira todo su movimiento y su cuerpo, pinta con sus manos, con un pequeño pincel y con su arte un lienzo que era blanco y que a medida que va avanzando en su composición adquiere diferentes figuras… más bien algo que no puedo definir. No encuentro el nombre de lo que va saliendo de su imaginación y que plasma en el lienzo… ella también improvisa al ritmo de los sonidos que Pau realiza.

Y escuchando estos sonidos me pregunto cómo será el día a día de tantas personas que lo que escuchan son amenazas, bombas, llanto...

Y me pregunto cómo puede estar ocurriendo cerquita de nuestras fronteras, tanto dolor, tanto miedo.
Pero nosotros aquí, viviendo una vida que quisiera que pudiéramos compartir con israelitas, palestinos, afganos, iraníes… y tantos y tantos pueblos que solo oyen llanto.