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Supongamos que un completo ignorante como el que suscribe acude por vez primera a presenciar un partido de críquet o de curling, o a seguir en un café una partida de truc. Durante los primeros envites del juego, confieso que andaría completamente a ciegas, pero, a fuerza de observar movimientos, puntuaciones y resultados, juzgo que podría acabar entendiendo de qué va el asunto, al menos para hacerme una idea aproximada de las reglas que comandan las decisiones y lances de los jugadores.

Con las crisis de Vox en Balears, en cambio, estoy cada vez más perdido. No entiendo absolutamente nada, ni siquiera atisbo quién sale ganador en cada asalto, y ya llevamos unos cuantos.

Primero fueron las negadas -pero evidentes- diferencias entre Jorge Campos y Fulgencio Coll. Ahí, al menos, se dejaba entrever una atávica divergencia de clase y de concepción de la política, de la que ya les hablé en su día y que varias personas me han confirmado plenamente.

Le siguió la huida del diputado menorquín Xisco Cardona al grupo mixto, al sentirse traicionado por aquellos miembros de Vox que querían forzar hasta el extremo los pactos con el Partido Popular y, llegado el caso, dejar a Marga Prohens sin presupuestos.

En Cort tampoco se libraron de intrigas, primero con el asunto de la número tres, Sandra Barceló y su altercado en un local de Santa Catalina, y luego con la dimisión de la ex de Campos, Montse Amat, acusada gravemente por la presidenta del partido en Balears, Patricia de las Heras, de prácticas poco decorosas.

Luego siguió el espectáculo de las expulsiones mutuas -unos expulsaron a los otros del grupo parlamentario y los otros expulsaron a los unos del partido- que a puntito estuvo con acabar con la presidencia del Parlament de Gabriel Le Senne, aunque todos terminaron reculando y reconciliándose como buenos hermanos, al menos de cara a la galería.

El último envite -por el momento- ha sido la creación por parte de tres diputados díscolos -Idoia Ribas, Agustí Buades y Sergio Rodríguez- de una asociación, con visos de embrión partidario, denominada Avanza en Libertad, que inevitablemente recuerda a la operativa de Campos con sus entidades satélite de marchamo anticatalán que acabaron confluyendo en Actúa e integrándose a la postre en Vox.

De momento, el movimiento les ha costado la portavocía en el Parlament a Ribas y Rodríguez, y su sustitución por Manuela Cañadas, diputada antaño crítica como los enunciados y hoy afecta a la línea oficialista de Santiago Abascal.

El tradicional «¿Y tú, de quién eres?» sirve de poco a los exégetas de la actualidad voxera, porque unos y otros un día son de estos y al otro día son de aquellos.

Lo que es casi seguro es que las cuitas no han terminado y que, tarde o temprano, las continuas implosiones provocarán la desmembración del partido en las Islas.

En este inextricable escenario, en el que sigo sin entender ni papa, no deja de rondarme una pregunta: El general Coll, de brillante hoja de servicios, que comandó la División Mecanizada Brunete, fue jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra y de la Unidad Militar de Emergencias, ¿cómo puede digerir el haber pasado de comandar la élite de la milicia, en la que impera la disciplina y el orden, al más genuino ejército de Pancho Villa?