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Afines del XIX, según crónicas, no prosperó la idea de Jaime Ferrer Aledo de disponer un ferrocarril para Menorca…

«El tren –dijo la gente...

–Ya viene. El ruido, sin embargo, tenía más de humano que de mecánico. Era un ruido, así como de toses, gemidos y estornudos. –El tren. Ya está ahí, pero aún no estaba. Desde donde se hallaba hasta la estación había una cuestecilla, y el tren no tenía fuerzas para subirla. Pasaban ya veinte minutos de la hora prevista. El tren jadeaba, suspiraba, y la impaciencia del público se transformaba en un sentimiento que tenía mucho de piedad. Y con la ternura del alma gallega, al ver los esfuerzos de aquel tren tan viejecito, una mujer del pueblo exclamó: – ¡Pobriño!» Así describió el tren de Villagarcía, Julio Camba, en 1934. Los viajeros de ahora tuvimos más suerte con la puntualidad del AVE, letras iniciales que integran el acrónimo referido al tren de ‘Alta Velocidad Española’, que puede circular a 300 kph, con tácitos servicios de restauración y otros de confort, como un bendito vagón de silencio, donde para toser, consientan la ironía, hay que pedir permiso gestual, primero, y disculparse, también gestualmente, después. Y donde, como en el mítico «Shanghái», sin botijo ni porrón, una pareja correctísima de nipones engullía con sereno apetito una tortilla de patatas, mientras leían una Guía de Sevilla. En el andén, al apearnos, nos fuimos tras ellos, como cabe suponer…