De joven y durante bastante tiempo, tras descartar la línea recta para ir a algún sitio (te estrellas contra el primer obstáculo, caes en todas las trampas, te ven venir), estuve seguro de que la elipse era la mejor trayectoria posible para desplazarse desde el punto A al punto B. Es decir, para escribir un relato de fantasmas, ligar con una chica, conseguir comida o pasar la tarde. Imposibles, claro, hay muchas, pero no suelen funcionar. La elipse, además, te facilita ser elíptico, que es un modo de ser muy estético, y emparenta fonéticamente con elipsis, ardid narrativo que permite omitir segmentos del texto o planos cinematográficos, avanzando así a grandes saltos espaciotemporales. Indirectos, que es como tienen que ser las trayectorias. Pero no sólo la estética me llevó a esa convicción, sino la observación de los planetas, que trazan órbitas elípticas desde hace millones de años. Y se supone que los planetas saben lo que hacen. Puesto que a diferencia de los artistas, que tienen una obra, los periodistas, los políticos y los conductores de ambulancias sólo tienen trayectoria, me aferré a las elipses durante años, hasta que comprendí que la cosa no era tan sencilla.
Trayectorias
28/04/24 4:00
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