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Si en algo tiene razón la hija del célebre farmacéutico, Fernando Rubió, es que su padre sería contrario a que ni ella, ni ningún otro miembro de la familia formen parte del patronato de la Fundació por primera vez desde que el mecenas la constituyó en 1987.

En una carta inclemente, Mercè Rubió denuncia los motivos que la han llevado a salir de la junta por la puerta de atrás deslizando cuestiones que suscitan, cuanto menos, interpretaciones a propósito de la gestión de la entidad. Seguro que la descendiente directa de Fernando Rubió tendrá parte de responsabilidad en el desencuentro que ha marcado históricamente su relación con algunos de los patronos, incluido el paso por los tribunales, pero mientras no se argumente, parece incomprensible, si realmente es como ella denuncia, que no reciba información de los acuerdos que se adoptan en las reuniones o que no se le permita asistir a ellas por vía telemática dadas sus limitaciones de movilidad.

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La Fundació Rubió nació para promocionar la cultura y la investigación científica en la Isla. Organiza conferencias periódicas con personajes de lustre, concede becas y colabora con entidades, entre otras actuaciones, que cumplen con su objetivo fundacional. Pero hay otras cuestiones que arrojan demasiada opacidad, como el mantenimiento de las casas de Mongofra, la difícil coexistencia con su arrendatario, y operaciones inmobiliarias con sociedades de las que la propia Fundació forma parte.
Bajo el principio de que se trata de una entidad privada, el presidente, Hipólito Mercadal, prohíbe a cualquiera de los patronos que hablen sobre ella al tiempo que él se niega a dar ninguna información.

La Fundació tiene un componente público que implicaría ofrecer un mayor conocimiento de sus actuaciones. De otro modo, en lugar de privada puede confundirse con que pertenece a una sola persona. Y no es así. ¿Qué diría Fernando Rubió?