Íñigo Errejón en un momento de la entrevista. | Emilio Queirolo

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Íñigo Errejón (Madrid, 1983) conversa con este diario en castellano, pero durante la entrevista tiene dos lapsus y le sale antes la palabra en catalán que en su lengua materna. La cita se da en el Hotel Abelay Palma, donde se ha hospedado en su visita para apoyar a los candidatos de Sumar en las Islas. Casualidades, el hotel está en la calle Pablo Iglesias.

Hay regiones en las que serán clave para arrebatar un diputado a Vox. ¿Es el caso de Baleares?
—En las Islas tenemos claramente consolidado el primer diputado, Vicenç Vidal, y estamos disputando por sacar la segunda, Elisabeth Ripoll. Hay mucha gente que ha entendido que el voto a Sumar servirá para tener otro gobierno progresista porque el PSOE solo no podrá. También para que ese ejecutivo salga a transformar cosas, no solamente a conservar, que es la apuesta socialista. La otra propuesta es la de Abascal y Feijóo para retroceder 50 años en derechos y libertades.

Muchos soberanistas votaron a Francina Armengol el 28-M como voto útil. ¿Por qué deben apostar por Sumar y no el PSOE?
—Esto que diré no se suele decir en campaña, pero tengo muy buena relación con Francina y buena opinión sobre ella, pero no se presenta sola. El PSOE a la hora de la verdad suele dudar. Cuando Yolanda Díaz propuso subir el salario mínimo interprofesional, Nadia Calviño se negó, pero la tozudez de Yolanda consiguió que se subiera. Las derechas dijeron que esto hundiría la economía española, pero ahora hay más gente trabajando con un salario un poco más alto. Para que el PSOE no se despiste, es importante que Sumar esté fuerte. Además, debemos tener suficiente sensibilidad plurinacional y territorial para que los diputados se deban a sus territorios.

¿Diría que Sumar es un elemento subordinado al PSOE?
—Somos nosotros los que marcamos el rumbo al PSOE y les obligamos a hacer cosas. Propusimos que el dentista, la óptica y el psicólogo en buenas condiciones estuvieran incluidos en la cartera de servicios públicos. Tres días después, el PSOE acabó haciendo lo mismo. También ha pasado con poner en la agenda el tema de la salud mental, al menos discursivamente, o con la necesidad de una transición ecológica. Todo esto no lo digo como un ataque, es bueno, marcamos un rumbo cultural, pero el PSOE se despista y hay que obligarle a moverse. Hace falta un Sumar fuerte, un gobierno decidido, y eso pasa por dar apoyo a Yolanda Díaz.

En cambio, cree que ocurre lo contrario entre el PP y Vox.
—Feijóo se está abascalizando. Es un fenómeno global. Las extremas derechas no llegan gobernar pero allanan el camino arrastrando al centroderecha a posiciones inimaginables. Feijóo está sembrando dudas sobre la transparencia del voto por correo. Eso es Trump diciendo que el recuento puede ser fraudulento y eso acabó en el asalto al Capitolio. Hace tres meses no hubiéramos creído que afirmara algo así. En el clima del cinismo y la desconfianza ganan los que quieren que las cosas se queden igual.

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Íñigo Errejón posa para este diario antes de la entrevista. FOTO: EMILIO QUEIROLO

Es la primera vez que un partido con opción a gobierno propone una idea del economista Thomas Piketty, como es la una herencia universal. ¿La izquierda debe huir de las guerras culturales incentivadas por la derecha y volver a centrarse en lo material?
—No creo en la diferencia entre las batallas culturales y las materiales. Poner o no una bandera LGTBI, en el fondo, está relacionado con el aumento de las agresiones contra el colectivo. Que te rompan un labio por ir de la mano de tu pareja o por ir vestido como quieras, no es algo simbólico, es material. La derecha dice que la crisis climática es una guerra cultural, pero sudamos más, hace mucho más calor y dormimos peor, y eso es consecuencia de este proceso. Por otra parte, las cuestiones materiales implican una batalla sobre qué puede ser nuestro país. Al plantear la herencia universal o reducir la jornada laboral, hay gente que cree que España no está preparada, pero la única manera de que lo esté es explicar que es un idea mejor y convencer. Desde que está Sumar, la campaña va de temas de la vida cotidiana, sobre precariedad, vivienda o salud, no de cosas inexistentes como ETA, el Falcon o si la Agenda 2030 es una conspiración judeo-masónica.

Sumar es la única candidatura que habla sobre decrecer. ¿Cómo conciben el ecologismo?
—La conciencia ecológica entre los jóvenes crece y es una batalla fundamental por el horizonte. Hoy lo revolucionario es limitarse, contenerse, porque la tierra, el mar, el agua potable, los ecosistemas, la flora y la fauna, no son infinitos y se acaban. Ojalá tuviéramos unas derechas que plantearan otra vía alternativa, pero promueven una ceguera voluntaria, que sigamos en una fiesta depredadora sin mirar señales cada vez más estridentes. En el resto de Europa las derechas son más civilizadas y son conscientes de que hay que actuar. La conciencia avanza, pero hay que transformarla en políticas públicas ambiciosas. La mayor posibilidad de ser un país próspero es llegar primero a las adaptaciones al cambio climático. Existe una gran pelea global por dónde se ubicarán los empleos verdes y podemos ser punteros en esto. España no puede seguir viviendo exclusivamente de servir cervezas y sangrías a los turistas.

En ocho años de Pacte no se ha diversificado. ¿Por qué lo harán en el Gobierno?
—No se puede renunciar al turismo en lo inmediato, pero hay que ir ampliando el abanico. El Estado tiene que poner facilidades y estímulos para que la riqueza del turismo se redirija a actividades más decisivas. Un gobierno autonómico tiene fuerza, pero un estado mucha más. Las inversiones privadas suelen ser cortoplacistas, pero solo un inversor como el estado puede planificar a 10 años. Las derechas, que están poco desarrolladas intelectualmente, creen que esto es el socialismo, pero Silicon Valley, en EEUU, es una apuesta pública para poner facilidades que creen un polo de inversión. Corea del Sur hizo lo mismo con la fabricación de coches.

Constata que ha habido un repunte de tendencias fascistizantes en la sociedad. ¿A qué lo achaca?
—La política funciona como movimientos de péndulo y, tras una impugnación con voluntad de transformación democrática, como ocurrió entre el 15M y hasta 2016, el péndulo ha girado. Decía Saint-Just que los revolucionarios que hacen las revoluciones a medias cavan su propia tumba. La nuestra fue una revolución democrática, pero cuando no llegas, el adversario te espera. Los sectores más reaccionarios de España han entendido que la democracia ha llegado demasiado lejos y hay que limitarla. A eso responde que nos veamos en un país en el que se censuran actuaciones musicales porque una cantante muestra un pecho. Es algo a lo que nuestros padres les resultará extraño, era impensable en los años ochenta. Tampoco nos imaginábamos que se pudiera censurar una obra de Virginia Woolf. Tras una primavera viene un invierno, pero luego vuelve la primavera.

Las derechas ganan terreno electoral. ¿Qué han hecho mal?
—El PSOE cometió un error cuando creyó que bastaba con el miedo a las derechas, la esperanza moviliza más, y eso hay que decirlo y producir ejemplos. Las elecciones del 23 de julio no son solo una competición de papeletas, es una discusión de hacia a dónde vamos.