Partidarios de Al Maliki se manifiestan en la capital. | AHMED SAAD/Reuters

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El caos político que vive Irak alcanzó este lunes su cénit con el nombramiento del chií Haider al Abadi como nuevo primer ministro, lo que en principio desaloja del poder al jefe de Gobierno interino, Nuri al Maliki, aunque este no parece dispuesto a renunciar al cargo.

En medio de la ofensiva yihadista del Estado Islámico (EI) en el norte de Irak y de una polarización política sin precedentes, el presidente del país, Fuad Masum, encargó la formación de gobierno a Al Abadi, hasta ahora vicepresidente del Parlamento.

En el acto participaron algunos de los principales líderes políticos del país, como el presidente del Parlamento, el suní Selim al Yaburi, o el jefe de la mayor coalición chií, la Alianza Nacional, Ibrahim al Yaafari, que postuló al primer ministro designado.

«La seguridad de Irak está en sus manos. Los asuntos deben volver a su cauce normal», dijo el presidente a Al Abadi tras encomendarle su misión.

Sin embargo, sobre el futuro más próximo de Al Abadi se ciernen diferentes amenazas.

Incógnitas

La primera es saber cuál será la reacción de Al Maliki a su sustitución por Al Abadi -quien, por cierto, es miembro de su mismo partido, Dawa-, después de que en un discurso insistiera en que su intención era proseguir un tercer mandato y que anunciara que va a demandar al presidente por violar la Constitución.

Desde la noche del domingo, las fuerzas de seguridad se han desplegado en los puntos neurálgicos de Bagdad, pese a que la situación permanece tranquila.

En segundo lugar, Al Abadi deberá conseguir formar un gobierno que respalde el Parlamento en un plazo de 30 días, algo que no está ni mucho menos asegurado teniendo en cuenta la volatilidad de las alianzas y el cambiante entorno político.

Por último, tendrá que hacer frente desde el primer minuto a la ofensiva yihadista del Estado Islámico (EI) en el norte de Irak, que ha conseguido dejar buena parte del país fuera del control del Gobierno central.