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Aquí han gobernado todos, treinta años han dado de sí para que el centro, la derecha, la izquierda y los nacionalistas hayan tocado poder. Es uno de los municipios donde más atomizado aparece el voto, las mayorías absolutas se cotizan muy caras, sólo se han dado en dos ocasiones, si excluimos las primeras del 79, y ambas tuvieron como nombre propio el de Francisco Pons Olives, Quicus, y la época ya lejana de los albores de la Transición (1983 y 1987). El espíritu de Quicus marcó una etapa. Líder vecinal, alcalde populista a la vieja usanza capaz de atender en persona las quejas ciudadanas, diseñó un pueblo equilibrado, aplicó una política más permisiva en la costa y hasta sorteó suelo municipal en Cala Torret para casetas de veraneo.

Quicus fue alcalde hasta el 91 y tras cuatro años de gobierno del PP de Pedro Pons Vidal volvió a la política en el 95 al grito de "recuperem es rumb" en una especie de desafío al estilo Lance Armstrong para ganar su séptimo Tour. Y lo ganó. Sus dos escaños le permitieron pactar con la izquierda, amortizar los cuatro años populares y volver a ocupar la alcaldía medio mandato. Los otros dos años fueron para Heribert Anglada en el que fue el periodo de transición hacia la izquierda de la mano centrista.

Así llegó Llorenç Carretero en el 99, quien con menos votos que el PP, mantuvo el lazo con los centristas e incorporó al concejal del PSM, que estrenaba así representación municipal en Sant Lluís. El pacto persiste porque es la única manera de establecer una mayoría de gobierno, aunque poco hay de común entre la finezza rural de Quicus y la diplomacia pedestre de Sino. Éste cuenta entre sus habilidades políticas la fagocitación de los restos del centrismo, desaparecido en el último mandato y entre sus penitencias la de ser privado de las competencias de urbanismo por los nacionalistas. Ha sido la suya una década convulsa, con más asuntos en los tribunales que ninguna otra institución y con un espinoso episodio de licencias urbanísticas denunciado por el propio Consell.