El biólogo investigador Josep Suárez posa para este diario. | miquel a. canellas

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Cuando se piensa en esponjas marinas, a casi nadie se le ocurre que puedan estar hechas de cristal o que sean carnívoras. A la mayoría le vendrá a la mente la imagen de una esponja de color amarillo para limpiarse la piel en la ducha. Es un reflejo del poco interés que despiertan estos animales, que muchos desconocen que lo sean. Sin embargo, nada de esto ha disuadido al biólogo Josep Suárez a la hora de especializarse en esponjas, hasta el punto de que está verificando si ha descubierto dos especies nuevas.

«Son animales poco estudiados y por eso queda mucho por descubrir. No podemos pretender conservar un ecosistema sin conocerlo», defiende el joven mallorquín, que forma parte del equipo EcoAfrik, un proyecto del Instituto Español de Oceanografía vinculado a la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad de Vigo. Su objetivo es crear una biblioteca de fauna de las costas africanas para que los países de ese continente puedan formar a sus equipos y no dependan de científicos europeos. Por ello, Suárez estuvo embarcado a principio de año en aguas internacionales a la altura de Sierra Leona y Brasil. Ahora, analiza en el laboratorio de Vigo las muestras recogidas.

Para entender la importancia que han tenido y tienen las esponjas marinas en el desarrollo de la vida tal y como la conocemos, Suárez explica que, como fueron los primeros animales pluricelulares de los cuales existen fósiles, permitieron generar las condiciones idóneas para que apareciera la vida pluricelular; por ejemplo, como la humana.

Suárez conoce bien la cara más desconocida de las esponjas marinas. Las Euplectella, o esponjas de cristal, viven en aguas muy profundas y están hechas de este material. Hay un tipo de camarón que ha evolucionado para vivir específicamente dentro de estas esponjas. Cuando crece, una pareja de camarones se mete dentro y la esponja los encierra sin que puedan salir. «Sacrifican su libertad por seguridad», apunta el biólogo, porque estos crustáceos mantienen limpia la esponja. La pareja pasa el resto de su vida reproduciéndose dentro, aunque sus huevos sí que pueden salir. «Son un regalo de bodas típico en algunas regiones de Japón; personalmente me parece un regalo envenenado porque es una prisión», comenta entre risas.

Una esponja ‘Leiodermatium sp’, que, al tocarla, suena como un jarrón de cerámica.

Los cladorhizidos, o esponjas carnívoras, se descubrieron en los años setenta y ochenta en el mar Mediterráneo. «No cazan activamente, se comportan como plantas carnívoras», precisa Suárez. «Su superficie es como la de un velcro y, cuando pasa un camarón o un cangrejo, queda pegado, lo envuelven y lo digieren», añade. Asimismo, la forma de otras esponjas puede servir, cuando la tecnología lo permita, para crear estructuras arquitectónicas más eficientes ahorrando materiales.

El biólogo reclama conocer y proteger más a las esponjas, que cuando componen grandes campos sirven como refugio de fauna, al igual que la posidonia. «Falta financiación; la media de edad para ser investigador con contrato fijo es de 40 años», lamenta, y concluye con un consejo: «No se froten la piel con ninguna esponja que encuentre».