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Ya estamos de vuelta con la reducción de la jornada laboral. Dicen que a 37,5 horas semanales. Ahora ya disfruta de esta jornada la función pública, que en total eran 2.717.7380 personas en enero de 2022. Ahora son algunos más.

La cuenta sería la siguiente: la jornada de 37,5 horas semanales son 1.642 anuales, y la «clásica» de 40 horas son 1.826 horas. Diferencia: 184 horas al año. Multiplicamos por el número de funcionarios y obtenemos una cifra «modesta»: más de 500 millones de horas. Si dividimos por la jornada, de 1.642 horas, equivaldría al trabajo de 304 mil funcionarios. Casi nada, si fueran soldados, invadíamos Portugal y parte del extranjero.

Otra regla de tres: asignamos esos funcionarios a la población de Eivissa, en proporción a la población nacional: casi 1000 funcionarios más, 944 para ser exactos. Podríamos tener citas en la Seguridad Social, en Tráfico, más médicos, más profesores, más policías, más…, y sin tener que pagar un euro más en impuestos. Hasta podríamos enviar alguno a Formentera, en comisión de servicio. Esto es el milagro de los panes y los peces, y resulta que el secreto para hacer el milagro es trabajar dos horas y media más a la semana. Pero va a ser que no, desde luego.

No sólo eso, sino que el paraíso laboral se extiende: ahora se pretende reducir a los no funcionarios la jornada máxima a 37,5 horas semanales. En España, sumamos 13,850,000 personas asalariadas, a 184 horas anuales de reducción, casi 2,600 millones de horas de trabajo menos, equivalentes al trabajo de más 1.552,099 personas. Una minucia, vamos que debe dar lo mismo trabajar que no. Una pregunta tonta: ¿y porqué no se reduce más la jornada, ya que es tan bueno?

Mi conclusión es que el gobierno busca los votos entre vagos y comodones. En España, quién trabaja está mal visto, no vende, y se le penaliza. Eso sí, casi todos los meses batimos el récord de deuda pública. No sé si alguien la pagará nunca, pero el que se haga cargo, tendrá que trabajar más que nosotros, seguro.