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Nos encaminamos a un final del 2023 que, pese a las turbulencias de estas últimas semanas por el conflicto desatado en Oriente Medio, augura ser de récord. Durante este año se ha podido percibir la fuerte recuperación de la actividad turística en España y, especialmente, en las Balears, con una demanda que ha aguantado una subida de precios que, no nos engañemos viene originada en parte por el impacto de la inflación en los costes de toda la cadena de valor. No obstante, la demanda ha experimentado un fuerte crecimiento, con niveles de gasto diario en destino que supera el 16% con relación al 2022, lo que en parte parece explicado por el reposicionamiento del producto y la inversión realizada en este último período. En Balears, los ingresos a finales del tercer trimestre muestran crecimientos superiores al 22%.

Aún pendientes de cifras oficiales, de cumplirse las expectativas y prolongarse la temporada en los vacacionales hasta finales de octubre o incluso inicios de noviembre, mantenerse la apuesta de los principales operadores, seguir creciendo la presencia de turistas con mayor poder adquisitivo y consolidarse nuestro país como destino seguro, podemos superar por primera vez a Francia en número de visitantes internacionales.

Han mejorado sin duda los ingresos, pero las empresas del sector luchan por mantener sus márgenes. Y ello en una coyuntura en la que, pese a crear empleo, se encuentran limitadas en su actividad por la falta de mano de obra en un país que tiene una tasa de desempleo que supera el 12%, siendo de un 26% entre la población juvenil. Una enorme paradoja sobre cuyo origen, explicación y soluciones no parece haya manera de ponerse de acuerdo.

Estamos, pues, en un momento ciertamente brillante en lo que se refiere a la actividad de nuestro sector, pero plagado de retos en lo relativo a su sostenibilidad en el medio plazo; nos ha costado mucho llegar hasta aquí, pero perderlo puede ser tan fácil… Es el momento de profundizar en los retos y debilidades que presenta el sector, pero también de definir hacia dónde queremos dirigirnos.
Y entre esos retos está salir de la hibernación en la que la falta de un Gobierno central estable mantiene alguno de los planes más desafiantes que se han planteado. Y con ello me refiero específicamente al Plan estratégico de Turismo Sostenible 2030. A pesar de la premura y cierto grado de atropello en su génesis, puso sobre la mesa por primera vez en décadas la reflexión sobre qué propuestas debían servir para configurar un plan que articulara el mantenimiento y crecimiento de un sector que, hoy por hoy, representa el 12% del PIB de nuestro país. Las sucesivas consultas electorales y el prolongado período de interinidad de un gobierno en funciones, han suspendido cualquier avance o evolución en un plan que abordaba cuestiones como el modelo de gobernanza desde la cooperación público-privada, indicadores de seguimiento y evaluación, iniciativas de renovación de infraestructuras locales y establecimientos turísticos, actualización de planes educativos y formación reforzando la atracción de talento al sector, digitalización, impulso a la conectividad, monitorización del impacto ambiental, mejora y simplificación del entorno regulatorio, conciliación de la actividad turística y la desarrollada por los residentes…

Es vital retomar el impulso de este ejercicio. Y sabiendo que nada cuesta soñar, ¿quién sabe?, quizás algún día a la pregunta de ¿Quo vadis turismo?, podamos finalmente responder… per aspera ad paradisum!