Josep Andreu Amorós sostiene el diploma del Récord Guiness. | P. Pellicer

TW
0

Josep Andreu Amorós, ‘Pep’ para los amigos, empezó a coleccionar llaveros hace más de un cuarto de siglo. Lo que inicialmente era una afición se le acabó yendo de las manos hasta el punto que su afán compilativo fue reconocido por el mismísimo Récord Guiness. Y es que los coleccionistas tienen muchas virtudes, pero la mesura no figura entre ellas. Son fanáticos y, sí, también algo obsesivos. Solo desde esa febril perspectiva se pueden atesorar miles y miles de unidades.

«Los llaveros son parte de mi vida». Los lleva en el alma, cuenta este alicantino ganador en 2012 del Premio Guinness por una colección tasada en 47.200 ejemplares. «Desde entonces no ha dejado de crecer, ahora debo de tener más de setenta mil», explica. Pep se expresa en perfecto mallorquín, llegó con apenas diez años para establecerse en Inca, donde trabajaba su padre, y se siente totalmente isleño, «siempre hablo en mallorquín, es mi lengua». Fue zapatero, minero y panadero, pero siempre se le recordará por atesorar la mayor colección de llaveros del mundo.

Los tiene de todas las formas, tamaños y materiales… coches, escudos de fútbol, zapatitos y herramientas en miniatura, recuerdos de viajes, personajes de Disney... Unos se los regalaron y la mayoría los compró, «iba a un mercadillo en la zona de Andratx y también al de Son Fusteret y compraba capazos enteros, aunque siempre regateaba el precio», advierte. Ningún llavero se repite entre sí y están colgados en clavos sobre estantes de madera «que yo mismo fabriqué», disgregados aleatoriamente por las paredes del comedor de su domicilio en Consell, que, más que una casa parece un museo.

Ph22032311-14.jpg
Josep Andreu Amorós junto a parte de su colección.

Pep podría usar un llavero distinto cada día durante más de 160 años y aún le quedarían algunos en la recámara… «Y eso que no los tengo todos enmarcados, en la habitación, en cajas, tengo al menos otros treinta mil», afirma mientras me lleva al cuarto contiguo. Abre la puerta y me topo con montañas de cajas apiladas. Con esto podría llevarse otro Guinnes, pero «ya estoy cansado, hace algunos años que dejé de coleccionar».

María, la mujer de Pep, irrumpe en la habitación con el semblante serio. Me mira, suspira y desliza con resignación: «Ay… a mí nunca me ha hecho mucha gracia tener todo esto en casa, le dije que si quería colgarlos se tenía que ocupar él de limpiar». Pep la interrumpe con astucia para añadir: «Mi llavero favorito es ese». Señala uno que lleva estampada una fotografía de ambos. María sonríe y pelillos a la mar…

Fiel a su colección, sabe dónde encontrar cada uno, agrupados por categorías y con una historia detrás que no duda en explicar al que le pique la curiosidad. Y que no les engañe su rostro serio, Pep es todo corazón y un bromista de mucho cuidado. Antes de irme me regala un llavero con un perrito San Bernardo y, al darle las gracias, me espeta con una sonrisa cómplice: «No es gratis, son dos euros».