La mallorquina Joana Maria Pujadas-Mora, doctora en Història por la UIB, es profesora agregada en la Universitat Oberta de Catalunya e investigadora principal del Centre d'Estudis Demogràfics. Foto: JOSEP LAGO DALMASES.

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La mallorquina Joana Maria Pujadas-Mora (Binissalem, 1977) es profesora agregada de la Universitat Oberta de Catalunya e investigadora principal del Centre d’Estudis Demogràfics. El próximo martes ofrecerá a las 19.00 horas en la Reial Acadèmia de Medicina (Carrer Can Campaner, 4) la sesión científica Demografia i epidemiologia en l’objectivació de l’estat de salut. Metodologia estadística i discurs mèdic de l’higienisme balear, segles XIX-XX.

¿Aborda la incidencia directa de las enfermedades en la población de Baleares en los dos últimos siglos?
—Abordo cómo los científicos mallorquines utilizaron la demografía y la epidemiología para determinar el estado general de la salud pública, obteniendo indicadores. A los científicos, y también a los gobernantes, les interesaba tener una población saludable y detectar las enfermedades evitables.A partir de sus estudios, los científicos denunciaron las deficiencias en disponibilidad de agua potable, alcantarillado o limpieza viaria, entre otros factores. Sus denuncias sirvieron para que las administraciones aplicaran medidas de mejora. También se reivindicó la lactancia materna como un factor de salud.

¿Cómo era el estado de salud general de los baleares?
—Pues hay que decir que, en el siglo XIX, Baleares tenía la mayor esperanza de vida en España. A mediados de ese siglo, la esperanza de vida en las Islas era de 42 años, cuando en la España interior era de 30-32. Eso hizo que, para nuestros científicos, la referencia no fuera España, sino los países europeos más avanzados, que ya llegaban a los 50 años. La mortalidad infantil era igualmente la más baja de toda España, lo que a su vez regulaba la esperanza de vida.

¿Por qué teníamos mayor esperanza de vida que en España?
—Eran causas diversas. Tenemos a finales de siglo XIX unos médicos ilustres, muy bien formados, que están perfectamente integrados en el circuito internacional del conocimiento científico. Tenemos una administración, pese a no contar con demasiados medios, preocupada y sensibilizada con las cuestiones sanitarias. Cada municipio contaba con un médico. Los conventos eran una auténtica red de servicios sanitarios. Las medidas de higiene fueron implantándose poco a poco, se consolidaron las campañas de vacunación de la viruela y el hecho de ser islas nos sirvió para una baja afectación de las epidemias. Siendo islas, era fácil cerrar puertos y aplicar cordones sanitarios, más efectivos que en el continente. Tras la epidemia de peste en el Llevant de Mallorca en 1820, que redujo a la mitad la pblación de Sant Llorenç, en España hubo cuatro grandes brotes de cólera a lo largo del siglo XIX. A Baleares sólo llegó uno y se concentró únicamente en Palma. Precisamente la epidemia de peste de 1820 fue un catalizador en las Islas de las medidas de higiene y salud pública. En lo que sí llegamos tarde fue en el derribo de las murallas de Palma.

Efectivamente, fueron muchos factores. Y la alimentación, ¿tuvo su importancia?
—También. La alimentación era más rica, en el sentido de nutritiva, que en otros lugares de España. Baleares tuvo su proceso de industrialización, pero el proletariado de las Islas no perdió el contacto con la tierra. Quiero decir que muchos de los trabajadores industriales no dejaron de tener su pequeña parcela o huerto, del que obtenían alimentos sanos y frescos. Nada que ver con el proletario barcelonés o inglés, que únicamente contaba con su salario para obtener alimentos.

¿Hay algún indicador de esa mejor alimentación en las Islas?
—Uno clarísimo. Los quintos: los jóvenes que se iban a cumplir el servicio militar obligatorio. En el siglo XIX, los quintos de Baleares eran los más altos de España por su mejor alimentación. Evidentemente, este dato sólo se refiere a la población masculina.

Aun así, Baleares era tierra de emigración.
—Precisamente, con la marcha de los emigrantes, hubo menos presión demográfica y más recursos a repartir. Otra cuestión en la que incidían nuestros científicos era en lo benigno de nuestro clima y por ello había que acercarse a la esperanza de vida de los países europeos, con unas condiciones mucho peores.