El pequeño Miquel, de un año, en Son Llàtzer con sus padres, Cati Bordoy y Toni Adrover. | P. Pellicer

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Miquel duerme como un bendito en brazos de sus padres. Son demasiadas emociones para un bebé de un añito. Ha empezado a oír sonidos por primera vez. Todo gracias al tesón del equipo médico del Hospital de Son Llàtzer y la confianza ciega de sus padres, Toni Adrover y Cati Bordoy. Aunque es pronto para saltar de alegría, este pequeño empieza a descubrir poco a poco un sentido que nunca ha tenido. Su vida, hasta ahora, no tenía una banda sonora.

Cati Bordoy, la madre de Miquel, recuerda que tuvo que pasar cinco días ingresada por complicaciones en el parto, y cuando le realizaron las pruebas de cribado auditivo neonatal habituales a los recién nacidos, los resultados no fueron halagüeños. «Yo pensaba en un principio que todo iba a ir bien, que tendría líquido en los oídos. Ningún padre está preparado para tener un hijo con discapacidad. Es un jarro de agua fría», relata Cati.

El siguiente paso fue realizarle otro tipo de pruebas, pero los padres de Miquel utilizaron una prueba casera ‘infalible’: lanzar al suelo de la cocina una olla mientras el pequeño comía en la trona de espaldas. El bebé ni se inmutó. El diagnóstico posterior confirmó las sospechas iniciales: una sordera severa profunda de origen genético.

El Servicio de Otorrinolaringología de Son Llàtzer estuvo al tanto del caso desde el principio y siempre ha confiado en las posibilidades de Miquel. Por eso, en enero de este año le colocaron unos audífonos, previo paso a la operación de más de cuatro horas para colocarle un implante coclear bilateral simultáneo, que se llevó a cabo el pasado 7 de septiembre. Ahora, con los audífonos externos, Miquel empieza a escuchar los primeros sonidos de su corta vida con una frecuencia pequeña para ir aumentando poco a poco la capacidad de los aparatos. Es el principio de un largo camino.